lunes, 25 de agosto de 2008

El gaucho Martin Fierro-Primera parte


Martín Fierro es un poema narrativo de José Hernández, obra literaria considerada ejemplar del género gauchesco en Argentina. Se publicó en 1872 con el título El Gaucho Martín Fierro, y su continuación, La vuelta de Martín Fierro, apareció en 1879.
El Martín Fierro narra la incorporación forzada del protagonista al ejército, el carácter independiente, heroico y sacrificado del gaucho, la huida y su amistad con Cruz. Todo el poema está impregnado de denuncia social y encierra grandes verdades políticas como la falta de educación, la mala organización judicial y militar, la deficiencia de la policía rural y, sobre todo, un profundo resentimiento de la clase popular de campaña contra las clases urbanas. El lenguaje del libro es un claro exponente del habla rural.

En El Gaucho Martín Fierro, el protagonista es un gaucho reclutado para servir en un fortín, defendiendo la frontera argentina contra los indígenas. Su vida de pobreza en las pampas es – algo muy frecuente en la literatura de la época – romantizada; sus experiencias militares no lo son. Despues Fierro se convierte en un fugitivo perseguido por la policía. Estando en batalla contra ellos, consigue un compañero: el Sargento Cruz,que inspirado por la valentía de Fierro se une a él en medio de una batalla. Ambos se ponen en camino para vivir entre los indios, esperando encontrar allí una vida mejor. Así, concluyendo en que es mejor vivir con los salvajes que en lo que la 'civilización' les preparaba, termina la primera parte publicada en 1872 con el título El gaucho Martín Fierro.

La obra se compone de dos partes, la primera titulada: El gaucho Martin Fierro salida a luz en el año de 1872, compuesta de 395 versos, y la segunda parte, titulada: La vuelta de Martin Fierro, impresa en el año 1879, compuesta de 798 versos.

Aquí se pueden leer los 395 versos de la obra de José Hernández- de los 13 primeros capítulos












El Gaucho Martín Fierro

I

Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.


Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento
Que voy a cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.


Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.


Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar
Parece que sin largar
se cansaron en partidas


Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.


Cantando me he de morir
Cantando me han de enterrar,
Y cantando he de llegar
Al pie del eterno padre:
Dende el vientre de mi madre
Vine a este mundo a cantar.


Que no se trabe mi lengua
Ni me falte la palabra:
El cantar mi gloria labra
Y poniéndome a cantar,
Cantando me han de encontrar
Aunque la tierra se abra.


Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento:
Como si soplara el viento
Hago tiritar los pastos;
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.


Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuándo acabar
Y me envejezco cantando:
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial.


Con la guitarra en la mano
Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pie encima,
Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir a la prima
Y llorar a la bordona.


Yo soy toro en mi rodeo
Y torazo en rodeo ajeno;
Siempre me tuve por güeno
Y si me quieren probar,
Salgan otros a cantar
Y veremos quién es menos.


No me hago al lao de la güeya
Aunque vengan degollando,
Con los blandos yo soy blando
Y soy duro con los duros,
Y ninguno en un apuro
Me ha visto andar tutubiando.


En el peligro, ¡qué Cristos!
El corazón se me enancha,
Pues toda la tierra es cancha,
Y de eso naides se asombre:
El que se tiene por hombre
Ande quiere hace pata ancha.


Soy gaucho, y entiendaló
Como mi lengua lo esplica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol


Nací como nace el peje
En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar
Aquello que Dios me dio
Lo que al mundo truje yo
Del mundo lo he de llevar.


Mi gloria es vivir tan libre
Como el pájaro del cielo:
No hago nido en este suelo
Ande hay tanto que sufrir,
Y naides me ha de seguir
Cuando yo remuento el vuelo.


Yo no tengo en el amor
Quien me venga con querellas;
Como esas aves tan bellas
Que saltan de rama en rama,
Yo hago en el trébol mi cama,
Y me cubren las estrellas.


Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peleo ni mato
Sino por necesidá,
Y que a tanta alversidá
Sólo me arrojó el mal trato


Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido


II. Ayer y hoy

20
Ninguno me hable de penas,
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté:
que suele quedarse a pie
el gaucho mas alvertido.

21
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto,
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.

22
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones,
¡la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!

23
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer…
era una delicia el ver
como pasaba sus días.

24
Entonces… cuando el lucero
brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho… que un encanto.

25
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón le prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.

26
Y apenas la madrugada
empezaba coloriar,
los pájaros a cantar,
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.

27
Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un pellón blando,
este un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.

28
El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
bufidos que se las pela …
y más malo que su agüela,
se hacia astillas el bagual.

29
Y allí el gaucho inteligente,
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dio.

30
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas,
y al ruido de las caronas
salía haciendo gambetas.

31
¡Ah, tiempos!… ¡Si era un orgullo
ver jinetear un paisano!
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no había uno que no parese
con el cabresto en la mano.

32
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.

33
Y verlos al cair la tarde
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.

34
Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar el día siguiente
las fainas del día anterior.

35
Ricuerdo ¡qué maravilla!
Cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo…
pero hoy en día… ¡barajo!
No se la ve de aporriada.

36
El gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista…
teniendo al campo la vista,
sólo vía hacienda y cielo.

37
Cuando llegaban las yerras,
¡cosa que daba calor!
Tanto gaucho pialador
y tironiador sin yel.
¡Ah, tiempos… pero si en él
se ha visto tanto primor!

38
Aquello no era trabajo,
mas bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba mana,
pa darle un trago de cana
solía llamarlo el patrón.

39
Pues vivía la mamajuana
siempre bajo la carreta,
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güérfano a la teta.

40
¡Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
Siempre íbamos prevenidos,
pues en tales ocasiones
a ayudarle a los piones
caiban muchos comedidos.

41
Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y así, pues, muy grandemente,
pasaba siempre el gauchaje.

42
Vení, a la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra pien pisada,
los pasteles y el güen vino…
pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.

43
Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá,
pero aura… ¡barbaridá!,
La cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.

44
Pues si usté pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe,
lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte…
¡no hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!.

45
Y al punto dese por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues ahí nomás se le apea
con una felpa de palos;
Y después dicen que es malo
el gaucho si los pelea.

46
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
lo amarran codo a codo
y pa el cepo lo enderiezan.

47
Áhi comienzan sus desgracias,
áhi principia el pericón,
porque ya no hay salvación,
y que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.

48
Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos;
si gustan… en otros cantos
les diré lo que he sufrido,
después que uno está… perdido
no lo salvan ni los santos.



III. Sirviendo en la frontera

49
tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡y qué iba a hallar al volver!
Tan sólo hallé la tapera.

50
Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido,
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao…
sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.

51
Mi gala en las pulperías
era, en habiendo más gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me encuentro
me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.

52
Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y aprovecho la ocasión
como quiso el juez de paz…
se presentó, y ahi nomás
hizo arriada en montón.

53
Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansí me dejé agarrar

54
allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!.

55
Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última guerra
que él era de inca­la­perra
y que no quería servir,
también tuvo que juir
a guarecerse en la sierra.

56
Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor,
fue acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.

57
Formaron un contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.

58
A mí el juez me tomó entre ojos
en la ultima votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.

59
Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.

60
Al mandarnos nos hicieron
más promesas que a un altar,
el juez nos jue a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis meses
los van a ir a relevar.

61
Yo llevé un moro de número
¡sobresaliente el matucho!
Con él gané en ayacucho
más plata que agua bendita:
siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.

62
Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
medio desnuda ese día.

63
No me falta una guasca,
esa ocasión eché el resto,
bozal, maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea…
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo esto!.

64
Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si usté viera
lo que se llama cantón!…
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.

65
De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.

66
En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas bien dese por dijunto.

67
A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el coronel las tenía,
sigún dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.

68
Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después… no me atrevo
a decir lo que pasaba…
¡barajo!… Si nos trataban
como se trata a malevos.

69
Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en palermo,
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.

70
¡Y qué indios, ni qué servicio;
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.

71
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!.



72
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel infierno!
si eso es servir al gobierno,
a mí no me gusta el cómo.

73
Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los perseguían,
siempre andaban sin apuro.

74
A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuviéramos alerta,
que andaba adentro la indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.

75
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión,
y caíbamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
que íbamos a hacer jabón.

76
Ahi empezaba el afán
-se entiende, de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor... ¡qué... Bruta!
que nunca sabía su oficio.

77
Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había municiones.

78
Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero que ellos la vendían
para cazar avestruces;
y así andaban noche y día
dele bala a los ñanduces.

79
Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.

80
Allí sí, se ven desgracias
y lágrimas y afliciones;
naides le pida perdones
al indio: pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las poblaciones.

81
No salvan de su juror
ni los pobres angelitos;
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo:
que el indio lo arregla todo
con la lanza y con gritos.

82
Tiemblan las carnes al verlo
volando al viento la cerda,
la rienda en la mano izquierda
y la lanza en la derecha;
ande enderieza abre brecha
pues no hay lanzazo que pierda.

83
Hace trotiadas tremendas
desde el fondo del desierto;
ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche está despierto.

84
Sabe manejar las bolas
como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja,
manda una bola perdida,
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.

85
Y el indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
y se agacha a disparar.

86
Hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba;
se llevaban las cautivas,
y nos contaban que a veces
les descarnaban los pieses,
a las pobrecitas, vivas.

87
¡Ah! ¡si partía el corazón
ver tantos males, canejo!
los perseguíamos de lejos
sin poder ni galopiar;
¡y qué habíamos de alcanzar
en unos vichocos viejos!

88
Nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao rezagada.

89
Una vez entre otras muchas,
tanto salir al botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente acobardada
quedó dende esa ocasión.

90
Habían estao escondidos
aguaitando atrás de un cerro...
¡lo viera a su amigo Fierro
aflojar como un blandito!
salieron como maíz frito
en cuanto sonó un cencerro.

91
Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran bastantes;
la formamos al instante
nuestra gente, que era poca,
y golpiándose en la boca
hicieron fila adelante.

92
Se vinieron en tropel
haciendo temblar la tierra.
no soy manco pa la guerra
pero tuve mi jabón,
pues iba en un redomón
que había boleao en la sierra.

93
¡Qué vocerío! ¡qué barullo!
¡qué apurar esa carrera!
la indiada todita entera
dando alaridos cargó,
¡jue pucha!... Y ya nos sacó
como yeguada matrera.

94
¡Qué fletes traiban los bárbaros!
¡como una luz de ligeros!
hicieron el entrevero
y en aquella mezcolanza,
este quiero, éste no quiero,
nos escogían con la lanza.

95
Al que le daban un chuzazo,
dificultoso es que sane.
en fin, para no echar panes,
salimos por esas lomas,
lo mesmo que las palomas
al juir de los gavilanes.

96
¡Es de almirar la destreza
con que la lanza manejan!
de perseguir nunca dejan,
y nos traiban apretaos.
¡si queríamos, de apuraos,
salirnos por las orejas!

97
Y pa mejor de la fiesta
en esa aflición tan suma,
vino un indio echando espuma,
y con la lanza en la mano,
gritando: acabáu cristiano,
metau el lanza hasta el pluma.

98
Tendido en el costillar,
cimbrando por sobre el brazo
una lanza como un lazo,
me atropelló dando gritos:
si me descuido... El maldito
me levanta de un lanzazo.

99
Si me atribulo o me encojo,
siguro que no me escapo:
siempre he sido medio guapo,
pero en aquella ocasión
me hacía buya el corazón
como la garganta al sapo.

100
Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenía...
desaté las tres marías
y lo engatusé a cabriolas...
¡pucha...! Si no traigo bolas
me achura el indio ese día.

101
Era el hijo de un cacique,
sigún yo lo averigüé;
la verdá del caso jue
que me tuvo apuradazo,
hasta que por fin de un bolazo
del caballo lo bajé.

102
Ahi no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
y a mezquinar la garganta...
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la jeta.

103
Allí quedó de mojón
y en su caballo salté;
de la indiada disparé,
pues si me alcanza me mata,
y al fin me les escapé,
con el hilo de una pata.



IV. El pulpero. A buena cuenta



104
seguiré esta relación,
aunque pa chorizo es largo:
el que pueda hágase cargo
cómo andaría de matrero,
después de salvar el cuero
de aquel trance tan amargo.

105
Del sueldo nada les cuento,
porque andaba disparando;
nosotros de cuando en cuando
solíamos ladrar de pobres:
nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando.

106
Y andábamos de mugrientos
que el mirarnos daba horror;
les juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por cristo!
En mi perra vida he visto
una miseria mayor.

107
Yo no tenía ni camisa
ni cosa que se parezca;
mis trapos sólo pa yesca
me podían servir al fin…
no hay plaga como un fortín
para que el hombre padezca.

108
Poncho, jergas, el apero,
las prenditas, los botones,
todo, amigo, en los cantones
jue quedando poco a poco;
ya me tenían medio loco
la pobreza y los ratones.

109
Sólo una manta peluda
era cuanto me quedaba
la había agenciao a la tabla
y ella me tapaba el bulto;
yaguané que allí ganaba
no salía- ni con indulto.

110
Y pa mejor hasta el moro
se me jue de entre las manos;
no soy lerdo pero, hermano,
vino el comendante un día
diciendo que lo quería
pa enseñarle a comer grano.

111
Afigúrese cualquiera
la suerte de este su amigo,
a pie y mostrando el umbligo,
estropiao, pobre y desnudo;
ni por castigo se pudo
hacerse más mal conmigo.

112
Ansí pasaron los meses,
y vino el año siguiente,
y las cosas igualmente
siguieron del mesmo modo:
adrede parece todo
pa atormentar a la gente.

113
No teníamos más permiso,
ni otro alivio la gauchada,
que salir de madrugada,
cuando no había indio ninguno,
campo ajuera a hacer boliadas
desocando los reyunos.

114
Y cáibamos al cantón
con los fletes aplastaos,
pero a veces medio aviaos
con plumas y algunos cueros,
que pronto con el pulpero
los teníamos negociaos.

115
Era un amigo del jefe
que con un boliche estaba;
yerba y tabaco nos daba
por la pluma de avestruz,
y hasta le hacía ver la luz
al que un cuero le llevaba.

116
Sólo tenía cuatro frascos
y unas barricas vacías,
y a la gente le vendía
todo cuanto precisaba…
algunos creiban que estaba
allí la proveduría.

117
¡Ah, pulpero habilidoso!
Nada le solía faltar.
¡Ahijuna!, Para tragar
tenía un buche de ñandú;
la gente le dio en llamar
el boliche de virtú.

118
Aunque es justo que quien vende
algún poquito muerda,
tiraba tanto la cuerda
que, con sus cuatro limetas
él cargaba las carretas
de plumas, cueros y cerda.

119
Nos tenía apuntaos a todos
con más cuentas que un rosario,
cuando se anunció un salario
que iban a dar, o un socorro;
pero sabe Dios qué zorro
se lo comió al comisario;

120
pues nunca lo vi llegar,
y al cabo de muchos días
en la mesma pulpería
dieron una güena cuenta,
que la gente muy contenta
de tan pobre recibía.

121
Sacaron unos sus prendas,
que las tenían empeñadas;
por sus deudas atrasadas
dieron otros el dinero;
al fin de fiesta el pulpero
se quedó con la mascada.

122
Yo me arrescosté a un horcón
dando tiempo a que pagaran,
y poniendo güena cara
estuve haciéndome el poyo,
a esperar que me llamaran
para recibir mi boyo.

123
Pero ahi me puede quedar
pegao pa siempre al horcón,
ya era casi la oración
y ninguno me llamaba;
la cosa se me ñublaba
y me dentró comezón.

124
Pa sacarme el entripao
vi al mayor, y lo fi a hablar;
yo me lo empecé a atracar,
y como con poca gana
le dije: tal vez mañana
acabarán de pagar.

125
¡Que mañana ni otro día!,
Al punto me contestó:
la paga ya se acabó;
¡siempre has de ser animal!
Me raí y le dije: yo…
no he recebido ni un rial.

126
Se le pusieron los ojos
que se le querían salir,
y ahi no más volvió a decir
comiéndome con la vista:
¿y qué querés recibir
si no has dentrao en la lista?

127
Esto sí que es amolar­,
dije yo pa mis adentros;
van dos años que me encuentro
y hasta aura he visto ni un grullo;
dentro en todos los barullos
pero en las listas no dentro.

128
Vide el pleito mal parao
y no quise aguardar más…
es güeno vivir en paz
con quien nos ha de mandar;
y reculando pa atrás
me le empecé a retirar.

129
Supo todo el comendante
y me llamó al otro día,
diciéndome que quería
aviriguar bien las cosas…
que no era el tiempo de rosas,
que aura a naides se debía.

130
Llamó al cabo y al sargento
y empezó la indagación:
si había venido al cantón
en tal tiempo o en tal otro…
y si había venido en potro,
en reyuno o redomón.

131
Y todo era alborotar
al ñudo, y hacer papel;
conocí que era pastel
pa engordar con mi guayaca;
mas si voy al coronel
me hacen bramar en la estaca.

132
¡Ah, hijos de una…! ¡La codicia
ojalá les ruempa el saco!
Ni un pedazo de tabaco
le dan al pobre soldao,
y lo tienen, de delgao,
más ligero que un guanaco.

133
Pero qué iba a hacerles yo,
charabón en el desierto;
más bien me daba por muerto
pa no verme más fundido:
y me les hacía el dormido
aunque soy medio despierto.





V. Gringos en la frontera. La estaquiada

134
Yo andaba desesperao,
aguardando una ocasión
que los indios un malón
nos dieran, y entre el estrago
hacérmeles cimarrón
y volverme pa mi pago.

135
Aquello no era servicio
ni defender la frontera;
aquello era ratonera
en que sólo gana el juerte:
era jugar a la suerte
con una taba culera.

136
Allí tuito va al revés;
los milicos son los piones,
y andan en las poblaciones
emprestaos pa trabajar;
los rejuntan pa peliar
cuando entran indios ladrones.

137
Yo he visto en esa milonga
muchos jefes con estancia,
y piones en abundancia,
y majadas y rodeos;
he visto negocios feos
a pesar de mi inorancia.

138
Y colijo que no quieren
la barunda componer;
para eso no ha de tener,
el jefe que esté de estable,
más que su poncho y su sable,
su caballo y su deber.

139
Ansina, pues, conociendo
que aquel mal no tiene cura,
que tal vez mi sepoltura
si me quedo iba a encontrar,
pensé mandarme mudar
como cosa más sigura.

140
Y pa mejor, una noche
¡qué estaquiada me pegaron!
Casi me descoyuntaron
por motivo de una gresca:
¡ahijuna, si me estiraron
lo mesmo que guasca fresca!

141
Jamás me puedo olvidar
lo que esa vez me pasó;
dentrando una noche yo
al fortín, un enganchao,
que estaba medio mamao,
allí me desconoció.

142
Era un gringo tan bozal,
que nada se le entendía,
¡quién sabe de ande sería!
Tal vez no juera cristiano,
pues lo único que decía
es que era pa­po­litano.

143
Estaba de centinela
y por causa del peludo
verme más claro no pudo,
y esa jue la culpa toda:
el bruto se asustó al ñudo
y fi el pavo de la boda.

144
Cuando me vido acercar:
quién vivore-? Preguntó;
¿qué víboras?, Dije yo.
¡Ha garto!, Me pegó el grito,
y yo dije despacito:
¡más lagarto serás vos!

145
Ahi no más, ¡cristo me valga!,
Rastrillar el jusil siento:
me agaché, y en el momento
el bruto me largó un chumbo;
mamao, me tiró sin rumbo,
que si no, no cuento el cuento.

146
Por de contao, con el tiro
se alborotó el avispero;
los oficiales salieron
y se empezó la junción;
quedó en su puesto el nación,
y yo fi al estaquiadero.

147
Entre cuatro bayonetas
me tendieron en el suelo;
vino el mayor medio en pedo
y allí se puso a gritar:
¡pícaro, te he de enseñar
andar reclamando sueldos!

148
De las manos y las patas
me ataron cuatro cinchones;
les aguanté los tirones
sin que ni un ¡ay! Se me oyera,
y al gringo la noche entera
lo harté con mis maldiciones.

149
Yo no sé porqué el gobierno
nos manda aquí a la frontera
gringada que ni siquiera
se sabe atracar a un pingo.
¡Si creerá al mandar un gringo
que nos manda alguna fiera!

150
No hacen más que dar trabajo,
pues no saben ni ensillar;
no sirven ni pa carniar:
y yo he visto muchas veces
que ni voltiadas las reses
se les querían arrimar.

151
Y lo pasan sus mercedes
lengüetiando pico a pico
hasta que viene un milico
a servirles al asao-
y eso sí, en lo delicaos,
parecen hijos de rico.

152
Si hay calor, ya no son gente;
si yela, todos tiritan;
si usté no les da, no pitan
por no gastar en tabaco,
y cuando pescan un naco
uno al otro se lo quitan.

153
Cuando llueve se acoquinan
como perro que oye truenos.
¡Que diablos!, Sólo son güenos
pa vivir entre maricas,
y nunca se andan con chicas
para alzar ponchos ajenos.

154
Pa vichar son como ciegos;
no hay ejemplo de que entiendan,
ni hay uno solo que aprienda,
al ver un bulto que cruza,
a saber si es avestruza,
o si es jinete, o hacienda.

155
Si salen a perseguir
después de mucho aparato,
tuitos se pelan al rato
y va quedando el tendal:
esto es como en un nidal
echarle güevos a un gato.



VI. Desertor. Las ruinas del rancho

156
vamos dentrando recién
a la parte mas sentida,
aunque es todita mi vida
de males una cadena:
a cada alma dolorida
le gusta cantar sus penas.

157
Se empezó en aquel entonces
a rejuntar caballada,
y riunir la milicada
teniéndola en el cantón,
para una despedición
a sorprender a la indiada.

158
Nos anunciaban que iríamos
sin carretas ni bagajes
a golpiar a los salvajes
en sus mesmas tolderías;
que a la güelta pagarían
licenciándolo al gauchaje;

159
que en esta despedición
tuviéramos la esperanza;
que iba a venir sin tardanza,
según el jefe contó,
un menistro o qué sé yo-
que le llamaban don ganza;

160
que iba a riunir el ejército
y tuitos los batallones,
y que traiba unos cañones
con más rayas que un cotín;
¡pucha!- Las conversaciones
por allá no tenían fin.

161
Pero esas trampas no enriedan
a los zorros de mi laya;
que esa ganza venga o vaya,
poco le importa a un matrero.
Yo también dejé las rayas-
en los libros del pulpero.

162
Nunca juí gaucho dormido;
siempre pronto, siempre listo,
yo soy un hombre, ¡qué cristo!,
Que nada me ha acobardao,
y siempre salí parao
en los trances que me he visto.

163
Dende chiquito gané
la vida con mi trabajo,
y aunque siempre estuve abajo
y no sé lo que es subir
también el mucho sufrir
suele cansarnos, ¡barajo!

164
En medio de mi inorancia
conozco que nada valgo:
soy la liebre o soy el galgo
asigún los tiempos andan;
pero también los que mandan
debieran cuidarnos algo.

165
Una noche que riunidos
estaban en la carpeta
empinando una limeta
el jefe y el juez de paz,
yo no quise aguardar más,
y me hice humo en un sotreta.

166
Me parece el campo orégano
dende que libre me veo;
donde me lleva el deseo
allí mis pasos dirijo,
y hasta en las sombras de fijo
que donde quiera rumbeo.

167
Entro y salgo del peligro
sin que me espante el estrago,
no aflojo al primer amago
ni jamás fi gaucho lerdo:
soy pa rumbiar como el cerdo,
y pronto caí a mi pago.

168
Volvía al cabo de tres años
de tanto sufrir al ñudo
resertor, pobre y desnudo,
a procurar suerte nueva;
y lo mesmo que el peludo
enderecé pa mi cueva.

169
No hallé ni rastro del rancho:
¡sólo estaba la tapera!
¡Por cristo si aquello era
pa enlutar el corazón!
¡Yo juré en esa ocasión
ser mas malo que una fiera!

170
¡Quién no sentirá lo mesmo
cuando ansí padece tanto!
Puedo asigurar que el llanto
como una mujer largué:
¡ay, mi Dios: si me quedé
más triste que jueves santo!

171
Sólo se oíban los aullidos
de un gato que se salvó;
el pobre se guareció
cerca, en una vizcachera:
venía como si supiera
que estaba de güelta yo.

172
Al dirme dejé la hacienda
que era todito mi haber;
pronto debíamos volver,
sigún el juez prometía,
y hasta entonces cuidaría
de los bienes, la mujer.

173
Después me contó un vecino
que el campo se lo pidieron;
la hacienda se la vendieron
pa pagar arrendamientos,
y qué sé yo cuantos cuentos;
pero todo lo fundieron,

174
los pobrecitos muchachos,
entre tantas afliciones,
se conchabaron de piones;
¡mas qué iban a trabajar,
si eran como los pichones
sin acabar de emplumar!

175
Por ahi andarán sufriendo
de nuestra suerte el rigor:
me han contao que el mayor
nunca dejaba a su hermano;
puede ser que algún cristiano
los recoja por favor.

176
¡Y la pobre mi mujer,
Dios sabe cuánto sufrió!
Me dicen que se voló
con no sé qué gavilán:
sin duda a buscar el pan
que no podía darle yo.

177
No es raro que a uno le falte
lo que a algún otro le sobre
si no le quedó ni un cobre
sino de hijos un enjambre.
Que más iba a hacer la pobre
para no morirse de hambre?

178
¡Tal vez no te vuelva a ver,
prienda de mi corazón!
Dios te dé su proteción
ya que no me la dio a mí,
y a mis hijos dende aquí
les echo mi bendición.

179
Como hijitos de la cuna
andarán por ahi sin madre;
ya se quedaron sin padre,
y ansí la suerte los deja
sin naides que los proteja
y sin perro que les ladre.

180
Los pobrecitos tal vez
no tengan ande abrigarse,
ni ramada ande ganarse,
ni rincón ande meterse,
ni camisa que ponerse,
ni poncho con que taparse.

181
Tal vez los verán sufrir
sin tenerles compasión;
puede que alguna ocasión,
aunque los vean tiritando,
los echen de algún jogón
pa que no estén estorbando.

182
Y al verse ansina espantaos
como se espanta a los perros,
irán los hijos de Fierro,
con la cola entre las piernas,
a buscar almas más tiernas
o esconderse en algún cerro.

183
Mas también en este juego
voy a pedir mi bolada;
a naides le debo nada,
ni pido cuartel ni doy:
y ninguno dende hoy
ha de llevarme en la armada.

184
Yo he sido manso primero,
y seré gaucho matrero;
en mi triste circunstancia,
aunque es mi mal tan projundo,
nací y me he criado en estancia.
Pero ya conozco el mundo.

185
Ya les conozco sus mañas,
le conozco sus cucañas;
sé como hacen la partida,
la enriedan y la manejan;
deshaceré la madeja
aunque me cueste la vida.

186
Y aguante el que no se anime
a meterse en tanto engorro
o si no aprétese el gorro
y para otra tierra emigre;
pero yo ando como el tigre
que le roban los cachorros.

187
Aunque muchos creen que el gaucho
tiene alma de reyuno,
no se encontrará a ninguno
que no le dueblen las penas;
mas no debe aflojar uno
mientras hay sangre en las venas



VII. Pelea con el moreno

188
De carta de más me vía
sin saber a donde dirme;
mas dijeron que era vago
y entraron a perseguirme.

189
Nunca se achican los males,
van poco a poco creciendo,
y ansina me vide pronto
obligado a andar juyendo.

190
No tenía mujer ni rancho
y a más, era resertor;
no tenía una prenda güena
ni un peso en el tirador

191
a mis hijos infelices
pensé volverlos a hallar,
y andaba de un lao al otro
sin tener ni qué pitar.

192
Supe una vez por desgracia
que había un baile por allí,
y medio desesperao
a ver la milonga fui.

193
Riunidos al pericón
tantos amigos hallé,
que alegre de verme entre ellos
esa noche me apedé.

194
Como nunca, en la ocasión
por peliar me dio la tranca.
Y la emprendí con un negro
que trujo una negra en ancas.

195
Al ver llegar la morena,
que no hacía caso de naides,
le dije con la mamúa:
va-ca-yendo gente al baile.

196
La negra entendió la cosa
y no tardó en contestarme,
mirándome como a un perro:
más vaca será su madre.

197
Y dentró al baile muy tiesa
con más cola que una zorra,
haciendo blanquiar los dientes
lo mesmo que mazamorra.

198
!Negra linda!- Dije yo.
Me gusta- pa la carona;
y me puse a champurriar
esta coplita fregona:

199
a los blancos hizo Dios,
a los mulatos san pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.

200
Había estao juntando rabia
el moreno dende ajuera;
en lo escuro le brillaban
los ojos como linterna.

201
Lo conocí retobao,
me acerqué y le dije presto:
po-r-rudo que un hombre sea
nunca se enoja por esto.

202
Corcovió el de los tamangos
y creyéndose muy fijo:
¡más porrudo serás vos,
gaucho rotoso!, Me dijo.

203
Y ya se me vino al humo
como a buscarme la hebra,
y un golpe le acomodé
con el porrón de ginebra.

204
Ahi nomás pegó el de hollín
mas gruñidos que un chanchito,
y pelando el envenao
me atropelló dando gritos.

205
Pegué un brinco y abrí cancha
diciéndoles: caballeros,
dejen venir ese toro.
Solo nací- solo muero.

206
El negro, después del golpe,
se había el poncho refalao
y dijo: vas a saber
si es solo o acompañado.

207
Y mientras se arremangó,
yo me saqué las espuelas,
pues malicié que aquel tío
no era de arriar con las riendas.

208
No hay cosa como el peligro
pa refrescar un mamao;
hasta la vista se aclara
por mucho que haiga chupao.

209
El negro me atropelló
como a quererme comer;
me hizo dos tiros seguidos
y los dos le abarajé.

210
Yo tenía un facón con s,
que era de lima de acero;
le hice un tiro, lo quitó
y vino ciego el moreno;

211
y en el medio de las aspas
un planazo le asenté,
que lo largué culebriando
lo mesmo que buscapié.

212
Le coloriaron las motas
con la sangre de la herida,
y volvió a venir jurioso
como una tigra parida.

213
Y ya me hizo relumbrar
por los ojos el cuchillo,
alcanzando con la punta
a cortarme en un carrillo.

214
Me hirvió la sangre en las venas
y me le afirmé al moreno,
dándole de punta y hacha
pa dejar un diablo menos.

215
Por fin en una topada
en el cuchillo lo alcé,
y como un saco de güesos
contra un cerco lo largué.

216
Tiró unas cuantas patadas
y ya cantó pal carnero:
nunca me puedo olvidar
de la agonía de aquel negro.

217
En esto la negra vino
con los ojos como ají
y empezó la pobre allí
a bramar como una loba.
Yo quise darle una soba
a ver si la hacía callar,
mas pude reflesionar
que era malo en aquel punto,
y por respeto al dijunto
no la quise castigar.

218
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.

219
Después supe que al finao
ni siquiera lo velaron,
y retobao en un cuero,
sin rezarle lo enterraron.

220
Y dicen que dende entonces,
cuando es la noche serena
suele verse una luz mala
como de alma que anda en pena.

221
Yo tengo intención a veces,
para que no pene tanto,
de sacar de allí los güesos
y echarlos al camposanto.





VIII. El ser gaucho es un delito

222
otra vez en un boliche
estaba haciendo la tarde;
cayó un gaucho que hacia alarde
de guapo y peliador;
a la llegada metió
el pingo hasta la ramada,
y yo sin decirle nada
me quedé en el mostrador.

223
Era un terne de aquel pago
que naides lo reprendía,
que sus enriedos tenía
con el señor comendante;
y como era protegido,
andaba muy entonao,
y a cualquier desgraciao
lo llevaba por delante.

224
¡Ah pobre! Si él mismo creiba
que la vida le sobraba;
ninguno diría que andaba
aguaitándolo la muerte.
Pero ansí pasa en el mundo,
es ansí la triste vida:
pa todos está escondida
la güena o la mala suerte.

225
Se tiró al suelo; al dentrar
le dio un empellón a un vasco,
y me alargó un medio frasco
diciendo: beba cuñao.
Por su hermana, contesté.
Que por la mía no hay cuidao.

226
¡Ah, gaucho!, Me respondió;
¿de que pago será crioyo?
¿Lo andará buscando el hoyo?
Deberá tener güen cuero;
pero ande bala este toro
no bala ningún ternero.

227
Y ya salimos trenzaos
porque el hombre no era lerdo,
mas como el tino no pierdo,
y soy medio ligerón,
le dejé mostrando el sebo
de un revés con el facón.

228
Y como con la justicia
no andaba bien por allí,
cuanto pataliar lo vi,
y el pulpero pegó el grito,
ya pa el palenque salí
como haciéndome chiquito.

229
Monté y me encomendé a Dios,
rumbiando para otro pago,
que el gaucho que llaman vago
no puede tener querencia,
y ansí de estrago en estrago
vive llorando la ausencia.

230
éL andaba siempre juyendo,
siempre pobre y perseguido,
no tiene cueva ni nido
como si juera maldito;
porque el ser gaucho- ¡barajo!,
El ser gaucho es un delito.

231
Es como el patrio de posta;
lo larga éste, aquél lo toma,
nunca se acaba la broma;
dende chico se parece
al arbolito que crece
desamparao en la loma.

232
Le echan la agua del bautismo
aquél que nació en la selva;
busca madre que te envuelva,
le dice el fraire y lo larga.
Y dentra a cruzar el mundo
como burro con la carga.

233
Y se cría viviendo al viento
como oveja sin trasquila;
mientras su padre en las filas
anda sirviendo al gobierno,
aunque tirite en invierno,
naides lo ampara ni asila.

234
Le llaman gaucho mamao
si lo pillan divertido,
y que es mal entretenido
si en un baile lo sorprienden;
hace mal si se defiende
y si no, se ve- fundido.

235
No tiene hijos ni mujer,
ni amigos ni protetores,
pues todos son sus señores
sin que ninguno lo ampare:
tiene la suerte del güey,
y ¿donde irá el güey que no are?

236
Su casa es el pajonal,
su guarida es el desierto;
y si de hambre medio muerto
le echa el lazo a algún mamón,
lo persiguen como a plaito,
porque es un gaucho ladrón.

237
Y si de un golpe por ahi
lo dan güelta panza arriba,
no hay un alma compasiva
que le rece una oración;
tal vez como cimarrón
en una cueva lo tiran.

238
Él nada gana en la paz
y es el primero en la guerra;
no le perdonan si yerra,
que no saben perdonar,
porque el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa votar.

239
Para el son los calabozos,
para el las duras prisiones,
en su boca no hay razones
aunque la razón le sobre;
que son campanas de palo
las razones de los pobres.

240
Si uno aguanta, es gaucho bruto;
si no aguanta es gaucho malo.
¡Dele azote, dele palo,
porque es lo que él necesita!
De todo el que nació gaucho
ésta es la suerte maldita.

241
Vamos suerte, vamos juntos
dende que juntos nacimos;
y ya que juntos vivimos
sin podernos dividir-
yo abriré con mi cuchillo
el camino pa seguir

IX. Matreriando. La lucha con la partida

242
matreriando lo pasaba
ya a las casas no venía;
solía arrimarme de día,
mas, lo mesmos que el carancho,
siempre estaba sobre el rancho
espiando a la polecía.

243
Viva el gaucho que ande mal,
como zorro perseguido,
hasta que al menor descuido
se lo atarasquen los perros,
pues nunca le falta un yerro
al hombre más alvertido.

244
Y en esa hora de la tarde
en que tuito se adormece,
que el mundo dentrar parece
a vivir en pura calma,
con las tristezas del alma
al pajonal enderiece.

245
Bala el tierno corderito
al lao de la blanca oveja,
y a la vaca que se aleja
llama el ternero amarrao;
pero el gaucho desgraciao
no tiene a quien dar su oveja.

246
Ansí es que al venir la noche
iba a buscar mi guarida,
pues ande el tigre se anida
también el hombre lo pasa,
y no quería que en las casas
me rodiara la partida.

247
Pues aun cuando vengan ellos
cumpliendo con su deberes,
yo tengo otros pareceres,
y en esa conduta vivo:
que no debe un gaucho altivo
peliar entre las mujeres.

248
Y al campo me iba solito,
más matrero que el venao,
como perro abandonao
a buscar una tapera,
o en alguna vizcachera
pasar la noche tirao.

249
Sin punto ni rumbo fijo
en aquella inmensidá,
entre tanta escuridá
anda el gaucho como duende;
allí jamás lo sorpriende
dormido, la autoridá.

250
Su esperanza es el coraje,
su guardia es la precaución,
su pingo es la salvación,
y pasa uno en su desvelo,
sin más amparo que el cielo
ni otro amigo que el facón.

251
Ansí me hallaba una noche
contemplando las estrellas,
que le parecen más bellas
cuanto uno es más desgraciao,
y que Dios las haiga criao
para consolarse en ellas.

252
Les tiene el hombre cariño
y siempre con alegría
ve salir las tres marías;
que si llueve, cuanto escampa,
las estrellas son la guía
que el gaucho tiene en la pampa.

253
Aquí no valen dotores,
sólo vale la esperiencia;
aquí verían su inocencia
ésos que todo lo saben,
porque esto tiene otra llave
y el gaucho tiene su cencia.

254
Es triste en medio del campo
pasarse noches enteras
contemplando en sus carreras
las estrellas que Dios cría,
sin tener más compañía
que su delito y las fieras.

255
Me encontraba como digo,
en aquella soledá,
entre tanta escuridá,
echando al viento mis quejas,
cuando el grito del chajá
me hizo parar las orejas.

256
Como lumbriz me pegué
al suelo para escuchar;
pronto sentí retumbar
las pisadas de los fletes,
y que eran muchos jinetes
conocí sin vacilar.

257
Cuando el hombre está en peligro
no debe tener confianza;
ansí tendido de panza
puse toda mi atención
y ya escuché sin tardanza
como el ruido de un latón.

258
Se venían tan calladitos
que yo me puse en cuidao;
tal vez me hubieran bombiao
y ya me venían a buscar;
mas no quise disparar,
que eso es de gaucho morao.

259
Al punto me santigüé
y eché de giñebra un taco;
lo mesmito que el mataco
me arroyé con el porrón;
si han de darme pa tabaco,
dije, ésta es güena ocasión.

260
Me refalé las espuelas,
para no peliar con grillos;
me arremangué el calzoncillo,
y me ajusté bien la faja,
y en una mata de paja
probé el filo del cuchillo.

261
Para tenerlo a la mano
el flete en el pasto até,
la cincha le acomodé,
y, en un trance como aquél,
haciendo espaldas en él
quietito los aguardé.

262
Cuando cerca los sentí,
y que ahi no más se pararon,
los pelos se me erizaron
y, aunque nada vían mis ojos,
no se han de morir de antojo,
les dije, cuando llegaron.

263
Yo quise hacerles saber
que allí se hallaba un varón;
les conocí la intención
y solamente por eso
es que les gané el tirón,
sin aguardar voz de preso.

264
Vos sos un gaucho matrero,
dijo uno, haciéndose el güeno.
Vos mataste un moreno
y otro en una pulpería,
y aquí está la polecía
que viene a ajustar tus cuentas;
te va alzar por las cuarenta
si te resistís hoy día.

265
No me vengan, contesté,
con relación de dijuntos;
ésos son otros asuntos;
vean si me pueden llevar,
que yo no me he de entregar,
aunque vengan todos juntos.

266
Pero no aguardaron más
y se apiaron en montón;
como a perro cimarrón
me rodiaron entre tantos;
ya me encomendé a los santos,
y eché mano a mi facón.

267
Y ya vide el fogonazo
de un tiro de garabina,
mas quiso la suerte indina
de aquel maula, que me errase,
y ahi no más lo levantase
lo mesmo que una sardina.

268
A otro que estaba apurao
acomodando una bola,
le hice una dentrada sola
y le hice sentir el Fierro,
y ya salió como el perro
cuando le pisan la cola.

269
Era tanta la aflición
y la angurria que venían,
que tuitos se me venían,
donde yo los esperaba;
uno al otro se estorbaba
y con las ganas no vían.

270
Dos de ellos que traiban sables
más garifos y resueltos,
en las hilachas envueltos
enfrente se me pararon,
y a un tiempo me atropellaron
lo mesmo que perros sueltos.

271
Me fui reculando en falso
y el poncho adelante eché,
y en cuanto le puso el pie
uno medio chapetón,
de pronto le di un tirón
y de espaldas lo largué

272
al verse sin compañero
el otro se sofrenó;
entonces le dentré yo,
sin dejarlo resollar,
pero ya empezó a aflojar
y a la pu-n-ta disparó.

273
Uno que en una tacuara
había atao una tijera,
se vino como si juera
palenque de atar terneros,
pero en dos tiros certeros
salió aullando campo ajuera.

274
Por suerte en aquel momento
venía coloriando el alba
y yo dije: si me salva
la virgen en este apuro,
en adelante le juro
ser más güeno que una malva.

275
Pegué un brinco y entre todos
sin miedo me entreveré;
hecho ovillo me quedé
y ya me cargó una yunta,
y por el suelo la punta
de mi facón les jugué.

276
El más engolosinao
se me apió con un hachazo;
se lo quité con el brazo;
de no, me mata los piojos;
y antes de que diera un paso
le eché tierra en los dos ojos.

277
Y mientras se sacudía
refregándose la vista,
yo me le fui como lista
y ahi no más me le afirmé,
diciéndole: Dios te asista,
y de un revés lo voltié.

278
Pero en ese punto mesmo
sentí que por las costillas
un sable me hacía cosquillas
y la sangre me heló;
dende ese momento yo
me salí de mis casillas.

279
Di para atrás unos pasos
hasta que pude hacer pie;
por delante me lo eché
de punta y tajos a un criollo;
metió la pata en un hoyo,
y yo al hoyo lo mandé.

280
Tal vez en el corazón
le tocó un santo bendito
a un gaucho, que pegó el grito
y dijo: ¡Cruz no consiente
que se cometa el delito
de matar a un valiente!

281
Y ahi no más se me aparió,
dentrándole a la partida;
yo les hice otra embestida
pues entre dos era robo;
y el Cruz era como lobo
que defiende su guarida.

282
Uno despachó al infierno
de dos que lo atropellaron;
los demás remoliniaron,
pues íbamos a la fija,
y a poco andar dispararon
lo mesmo que sabandija.

283
Ahí quedaron largo a largo
los que estiaron la jeta;
otro iba como maleta,
y Cruz de atrás les decía:
que venga otra polecía
a llevarlos en carreta.

284
Yo junté las osamentas,
me hinqué y les recé un bendito,
hice una cruz de un palito
y pedí a mi Dios clemente
me perdonara el delito
de haber muerto tanta gente.

285
Dejamos amotonaos
a los pobres que murieron;
no sé si los recogieron,
porque nos fuimos a un rancho,
o si tal vez los caranchos
ahi no más se los comieron.

286
Lo agarramos mano a mano
entre los dos al porrón:
en semejante ocasión
un trago a cualquiera encanta;
y Cruz no era remolón
ni pijotiaba garganta.

287
Calentamos los gargueros
y nos largamos muy tiesos,
siguiendo siempre los besos
al pichel, y por mas señas,
íbamos como cigüeñas
estirando los pescuezos.

288
Yo me voy, le dije, amigo,
donde la suerte me lleve,
y si es que alguno se atreve,
a ponerse en mi camino,
yo seguiré mi destino,
que el hombre hace lo que debe.

289
Soy un gaucho desgraciao,
no tengo donde ampararme,
ni un palo donde rascarme,
ni un árbol que me cubije:
pero ni aun esto me aflige
porque yo sé manejarme.

290
Antes de cair al servicio,
tenia familia y hacienda;
cuando volví, ni la prenda
me la habían dejao ya.
Dios sabe en lo que vendrá
a parar esta contienda.



X. Por culpa de una mujer

291
amigazo, pa sufrir
han nacido los varones;
estas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.

292
El andar tan despilchao
ningún mérito me quita;
sin ser un alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.

293
Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo sé hacerme el chango rengo
cuando la cosa lo esige.

294
Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al maíz frito.

295
A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano;
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno
¿por qué afligirse el cristiano?

296
Hagámosle cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cair como un chorlito;
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.

297
Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a nadies lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
mas güeltas que un carretel.

298
Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.

299
Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó;
mañana será otro día.

300
Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.

301
En la güeya del querer
no hay animal que se pierda-
las mujeres no son lerdas,
y todo gaucho es dotor
si pa cantarle al amor
tiene que templar las cuerdas.

302
¡Quién es de una alma tan dura
que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.

303
Si es güena, no lo abandona
cuando lo ve desgraciao,
lo asiste con su cuidao,
y con afán cariñoso,
y usté tal vez ni un rebozo
ni una pollera le ha dao.

304
¡Grandemente lo pasaba
con aquella prenda mía,
viviendo con alegría
como la mosca en la miel!
¡Amigo, qué tiempo aquel!
¡La pucha, que la quería!

305
Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó;
era más linda que el alba
cuando va rayando el sol;
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.

306
Pero, amigo, el comendante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fue refalando a casa;
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.

307
Él me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe;
era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que un saguaipé.

308
A poco andar, conocí
que ya me había desbancao,
y él siempre muy entonao,
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.

309
A cada rato, de chasque
me hacía dir a gran distancia;
ya me mandaba a una estancia,
ya al pueblo, ya a la frontera;
pero él en la comendancia
no ponía los pies siquiera.

310
Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele:
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener.

311
No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina;
yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo pille junto al jogón
abrazándome a la china.

312
Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije: ¡que le aproveche!-
Que había sido pa el amor
como gaucho pa la leche.

313
Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
¡cuidado!, No te vas a per-tigo;
poné cuarta pa salir.

314
Un puntazo me largó,
pero el cuerpo le saqué,
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidado, medio de lejos
un palazo le asenté.

315
Y como nunca al que manda
le falta algún adulón,
uno que en esa ocasión
se encontraba allí presente,
vino apretando los dientes
como perrito mamón.

316
Me hizo un tiro de revuélver
que el hombre creyó siguro;
era confiado y le juro
que cerquita se arrimaba,
pero, siempre en un apuro
se desentumen mis tabas.

317
Él me siguió menudiando
mas sin poderme acertar,
y yo, dele culebriar,
hasta que al fin le dentré
y ahi no más lo despaché
sin dejarlo resollar.

318
Dentré a campiar en seguida
al viejito enamorao-
el pobre se había ganao
en un noque de lejía.
¡Quién sabe cómo estaría
del susto que había llevao!

319
¡Es zonzo el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
Él la miraba a la indina,
y una cosa tan jedionda
sentí yo, que ni en la fonda
he visto tal jedentina

320
Y le dije: pa su agüela
han de ser esas perdices.
Yo me tapé las narices,
y me salí esternudando,
y el viejo quedó olfatiando
como chico con lumbrices.

321
Cuando la mula recula,
señal que quiere cociar,
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula;
recula como la mula
la mujer, para olvidar.

322
Alcé mis ponchos y mis prendas
y me largué a padecer
por culpa de una mujer
que quiso engañar a dos;
al rancho le dije adiós,
para nunca más volver.

323
Las mujeres, dende entonces,
conocí a todas en una;
ya no he de probar fortuna
con carta tan conocida:
mujer y perra parida,
¡no se me acerca ninguna!.



XI. A bailar un pericón

324
a otros les brotan las coplas
como agua de manantial;
pues a mí me pasa igual;
aunque las mías nada valen,
de la boca se me salen
como ovejas de corral.

325
Que en puertiando la primera,
ya la siguen los demás,
y en montones las de atrás
contra los palos se estrellan,
y saltan y se atropellan
sin que se corten jamás.

326
Y aunque yo por mi inorancia
con gran trabajo me esplico,
cuando llego a abrir el pico,
tengaló por cosa cierta,
sale un verso y en la puerta
ya asoma el otro el hocico.

327
Y emprésteme su atención;
me oirá relatar las penas
de que traigo la alma llena;
porque en toda circustancia,
paga el gaucho su inorancia
con la sangre de sus venas.

328
Después de aquella desgracia
me refugié en los pajales;
anduve entre los cardales
como bicho sin guarida;
pero, amigo, es esa vida
como vida de animales.

329
Y son tantas las miserias
en que me he salido ver,
que con tanto padecer
y sufrir tanta aflición,
malicio que he de tener
un callo en el corazón.

330
Ansí andaba como guacho
cuando pasa el temporal;
supe una vez por mi mal
de una milonga que había,
y ya pa la pulpería
enderecé mi bagual.

331
Era la casa del baile
un rancho de mala muerte,
y se enllenó de tal suerte
que andábamos a empujones:
nunca faltan encontrones
cuando un pobre se divierte.

332
Yo tenía unas medias botas
con tamaños verdugones;
me pusieron los talones
con crestas como gallos:
¡si viera mis afliciones
pensando yo que eran callos!

333
Con gato y con fandanguillo
había empezado el changango,
y para ver el fandango
me colé haciendomé bola,
mas metió el diablo la cola,
y todo se volvió pango.

334
Había sido el guitarrero
un gaucho duro de boca:
yo tengo paciencia poca
pa aguantar cuando no debo;
a ninguno me le atrevo,
pero me halla el que me toca.
335
A bailar un pericón
con una moza salí,
y cuanto me vido allí
sin duda me conoció;
y estas coplitas cantó
como por raírse de mí:

336
las mujeres son todas
como las mulas;
yo no digo que todas,
pero hay algunas
que a las aves que vuelan
les sacan plumas.

337
­Hay gauchos que presumen
de tener damas;
no digo que presumen,
pero se alaban,
y a lo mejor los dejan
tocando tablas.

338
Se secretiaron las hembras,
y yo ya me encocoré;
volié la anca y le grité:
¡dejá de cantar- chicharra!
Y de un tajo a la guitarra
tuitas las cuerdas corté.

339
Al punto salió de adentro
un gringo con un jusil;
pero nunca he sido vil,
poco el peligro me espanta;
yo me refalé la manta
y la eché sobre el candil.

340
Gané en seguida la puerta
gritando: ­¡nadies me ataje!­
Y alborotado el hembraje,
lo que todo quedo escuro,
empezó a verse en apuro
mesturao con el gauchaje.

341
El primero que salió
fue el cantor, y se me vino;
pero yo no pierdo el tino
aunque haiga tomao un trago,
y hay algunos por mi pago
que me tienen por ladino.

342
No ha de haber achocao otro:
le salió cara la broma;
a su amigo cuando toma
se le despeja el sentido,
y el pobrecito había sido
como carne de paloma.

343
Para prestar un socorro
las mujeres no son lerdas:
antes que la sangre pierda
lo arrimaron a unas pipas;
ahi lo dejé con las tripas
como pa que hiciera cuerdas.

344
Monté y me largué a los campos
más libre que el pensamiento,
como las nubes al viento
a vivir sin paradero,
que no tiene el que es matrero
nido, ni rancho, ni asiento.

345
No hay juerza contra el destino
que le ha señalao el cielo,
y aunque no tenga consuelo,
¡aguante el que está en trabajo!
¡Nadies se rasca pa abajo,
ni se lonjea contra el pelo!

346
Con el gaucho desgraciao
no hay uno que no se entone
¡la menor falta lo espone
a andar con los avestruces
faltan otros con más luces
y siempre hay quien los perdone.

XII. Ansí estuve en la partida

347
Yo no sé qué tantos meses
esta vida me duró;
a veces nos obligó
la miseria a comer potro:
me había acompañao con otros
tan desgraciaos como yo

348
Mas ¿para qué platicar
sobre esos males, canejos?
Nace el gaucho y se hace viejo,
sin que mejore su suerte,
hasta que por ahi la muerte
sale a cobrarle el pellejo.

349
Pero como no hay desgracia
que no acabe alguna vez,
me aconteció que después
de sufrir tanto rigor,
un amigo, por favor,
me compuso con el juez.

350
Le alvertiré que en mi pago
ya no va quedando un criollo:
se los ha tragao el hoyo,
o juido o muerto en la guerra;
porque, amigo, en esta tierra
nunca se acaba el embrollo.

351
Colijo que jué por eso
que me llamó el juez un día,
y me dijo que quería
hacerme a su lao venir,
y que dentrase a servir
de soldao de polecía.

352
Y me largó una proclama
tratándome de valiente;
que yo era un hombre decente,
y que dende aquel momento
me nombraba de sargento
pa que mandara la gente.

353
Ansí estuve en la partida,
pero ¿qué había de mandar?
Anoche al irlo a tomar
vide güena coyontura,
y a mí no me gusta andar
con la lata a la cintura.

354
Ya conoce, pues, quién soy;
tenga confianza conmigo:
Cruz le dio mano de amigo,
y no lo ha de abandonar;
juntos podemos buscar
pa los dos un mesmo abrigo.

355
Andaremos de matreros
si es preciso pa salvar;
nunca nos ha de faltar
ni un güen pingo pa juir,
ni un pajal ande dormir,
ni un matambre que ensartar.

356
Y cuando sin trapo alguno
nos haiga el tiempo dejao,
yo le pediré emprestao
el cuero a cualquiera lobo,
y hago un poncho, si lo sobo,
mejor que poncho engomao.

357
Para mí la cola es pecho
y el espinazo es cadera
hago mi nido ande quiera
y de lo que encuentro como;
me echo tierra sobre el lomo
y me apeo en cualquier tranquera.

358
Y dejo rodar la bola,
que algún día se ha de parar-
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar.

362
Todos se güelven proyetos
de colonias y carriles,
y tirar la plata a miles
en los gringos enganchaos,
mientras al pobre soldao
le pelan la cucha- ¡ah, viles!

363
Pero si siguen las cosas
como van hasta el presente,
puede ser que redepente
veamos el campo disierto,
y blanquiando solamente
los güesos de los que han muerto.

359
Lo miran al pobre gaucho
como carne de cogote:
lo tratan al estricote
y si ansí las cosas andan,
porque quieren los que mandan,
aguantemos los azotes.

360
¡Pucha! Si usté los oyera,
como yo en una ocasión
tuita la conversación
que con otro tuvo el juez;
le asiguro que esa vez
se me achicó el corazón.

361
Hablaban de hacerse ricos
con campos en la fronteras,
de sacarla más ajuera,
donde había campos baldidos
y llevar de los partidos
gente que la defendiera.

364
Hace mucho que sufrimos
la suerte reculativa
trabaja el gaucho y no arriba
porque a lo mejor del caso,
lo levantan de un sogazo
sin dejarle ni saliva.

365
De los males que sufrimos
hablan mucho los puebleros,
pero hacen como los teros
para esconder sus niditos:
en un lao pegan los gritos
y en otro tienen los güevos.

366
Y se hacen los que no aciertan
a dar con la coyontura:
mientras al gaucho lo apura
con rigor la autoridá,
ellos a la enfermedá
le están errando la cura.



XIII. A los indios me refalo

367
ya veo que somos los dos
astillas del mesmo palo:
yo paso por gaucho malo
y usté anda del mesmo modo;
y yo, pa acabarlo todo,
a los indios me refalo.

368
Pido perdón a mi Dios
que tantos bienes me hizo,
pero dende que es preciso
que viva entre los infeles,
yo seré cruel con los crueles:
ansí mi suerte lo quiso.

369
Dios formó lindas las flores,
delicadas como son;
le dio toda perfeción
y cuanto él era capaz,
pero al hombre le dio más
cuando le dio el corazón.

370
Le dio claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento,
le dio vida y movimiento
dende la águila al gusano;
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.

371
Y aunque a las aves les dio,
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla
le dio al hombre más tesoro
al darle una lengua que habla.

372
Y dende que dio a las fieras
esa juria tan inmensa,
que no hay poder que las venza
ni nada que las asombre,
¿qué menos le daría al hombre
que el valor pa su defensa?

373
Pero tantos bienes juntos
al darle, malicio yo
que en sus adentros pensó
que el hombre los precisaba
que los bienes igualaba
con las penas que le dio.

374
Y yo empujao por las mías
quiero salir de este infierno:
ya no soy pichón muy tierno
y sé manejar la lanza,
y hasta los indios no alcanza
la facultá de gobierno

375
yo sé que allá los caciques
amparan a los cristianos,
y que los tratan de
cuando se van por su gusto.
¡A qué andar pasando sustos-!
Alcemos el poncho y vamos.

376
En la cruzada hay peligros,
pero ni aun esto me aterra:
yo ruedo sobre la tierra
arrastrao por mi destino;
y si erramos el camino-
no es el primero que lo erra.

377
Si hemos de salvar o no,
de esto naides nos responde;
derecho ande el sol se esconde
tierra adentro hay que tirar;
algún día hemos de llegar-
después sabremos a dónde.

378
No hemos de perder el rumbo:
los dos somos güena yunta.
El que es gaucho ve ande apunta
aunque inora ande se encuentra;
pa el lao en que el sol se dentra
dueblan los pastos la punta.

379
De hambre no pereceremos,
pues, sigún otros me han dicho,
en los campos se hallan bichos
de los que uno necesita-
gamas, matacos, mulitas
avestruces y quirquinchos.

380
Cuando se anda en el desierto
se come uno hasta las colas;
lo han cruzao mujeres solas
llegando al fin con salú,
y ha de ser gaucho el ñandú
que se escape de mis bolas.

381
Tampoco a la sé le temo;
yo la aguanto muy contento;
busco agua olfatiando el viento
y, dende que no soy manco,
ande hay duraznillo blanco
cavo, y la saco al momento.

382
Allá habrá siguridá
ya que aquí no la tenemos;
menos males pasaremos
y ha de haber grande alegría
el día que nos descolguemos
en alguna toldería.

383
Fabricaremos un toldo,
como lo hacen tantos otros,
con unos cueros de potro,
que sea sala y sea cocina.
¡Tal vez no falte una china
que se apiade de nosotros!

384
Allá no hay que trabajar,
vive uno como un señor;
de cuando en cuando un malón,
y si de él sale con vida,
lo pasa echao panza arriba
mirando dar güelta el sol

385
Y ya que a juerza de golpes
la suerte nos dejó aflús
puede que allá veamos luz
y se acaben nuestras penas:
todas las tierras son güenas;
vamonós, amigo Cruz.

386
El que maneja las bolas,
el que sabe echar un pial
y sentársele a un bagual
sin miedo de que lo baje,
entre los mesmos salvajes
no puede pasarlo mal.

387
El amor como la guerra
lo hace el criollo con canciones;
a más de eso en los malones
podemos aviarnos de algo;
en fin amigo, yo salgo
de estas pelegrinaciones.

388
En este punto el cantor
buscó un porrón pa consuelo,
echó un trago como un cielo,
dando fin a su argumento;
y de un golpe el instrumento
lo hizo astillas contra el suelo.

389
Ruempo, dijo, la guitarra,
pa no volverme a tentar;
ninguno la ha de tocar,
por siguro tengaló;
pues naides ha de cantar
cuando este gaucho cantó.

390
Y daré fin a mis coplas
con aire de relación;
nunca falta un preguntón
más curioso que mujer,
y tal vez quiera saber
como jué la conclusión.

391
Cruz y Fierro de una estancia
una tropilla se arriaron;
por delante se la echaron
como criollos entendidos,
y pronto sin ser sentidos
por la frontera cruzaron.

392
Y cuando la habían pasao,
una madrugada clara
le dijo Cruz que mirara
las últimas poblaciones,
y a Fierro dos lagrimones
le rodaron por la cara.

393
Y siguiendo el fiel del rumbo
se entraron en el desierto,
no sé si los habrán muerto
en alguna correría,
pero espero que algún día
sabré de ellos algo cierto.

394
Y ya con estas noticias
mi relación acabé;
por ser ciertas las conté,
todas la desgracias dichas:
es un telar de desdichas
cada gaucho que usté ve.

395
Pero ponga su esperanza
en el Dios que lo formó;
y aquí me despido yo
que he relatao a mi modo
MALES QUE CONOCEN TODOS,
PERO QUE NAIDES CONTÓ










Leopoldo Lugones, en su obra literaria El payador calificó a este poema como "el libro nacional de los argentinos" y reconoció al gaucho su calidad de genuino representante del país, emblema de la argentinidad. Para Ricardo Rojas representaba el clásico argentino por antonomasia. El gaucho dejaba de ser un hombre "fuera de la ley" para convertirse en héroe nacional. Leopoldo Marechal, en un ensayo titulado Simbolismos del "Martín Fierro" le buscó una clave alegórica. José María Rosa vio en el "Martín Fierro" una interpretación de la historia argentina.

Este libro ha aparecido literalmente en cientos de ediciones y fue traducido a más de 70 idiomas. La última fue al Quichua, tras nueve años de trabajo, por Don Sixto Palavecino y Gabriel Conti.

Existencia histórica del personaje llamado Martín Fierro
Aún se especula si existió efectivamente un gaucho llamado Martín Fierro en el pago y hacia el tiempo en que Hernández sitúa su poema-novela, algunos aducen que efectivamente por la zona del Tuyú e incluso de la entonces llamada Lobería Grande (actual ciudad de Mar del Plata) lugar en donde los Hernández llegaron a poseer una estancia y donde el autor pasó gran parte de su niñez y juventud, vivió un gaucho "matrero" (rebelde) con ese nombre y ese apellido (bastante comunes); la mayoría de los críticos literarios y gran parte de los historiadores sin embargo suponen al personaje del poema como un sujeto ideal y paradigmático de los gauchos hasta los años 1880, téngase en cuenta que el gaucho Don Segundo Sombra existió realmente más allá de su literaturización; en todo caso en la Costa Atlántica bonaerense, entre los cardales, dunas y, sobre todo, los densos bosquecillos de curru mamil que se encontraban en torno a la que luego sería Mar del Plata; está documentado, sobre todo tras la batalla de Caseros y en tiempos de la Guerra de la Triple Alianza, se refugiaban muchos gauchos tenidos por "vagos" (sin papeleta de "conchabo") y "malentretenidos".



Continúo con "La vuelta del Martín Fierro" (1879) de 33 capítulos

En la segunda entrada están los versos desde el 396 al 655

http://arimlunapiedrasyzafiros.blogspot.com/2008/08/la-vuelta-del-martn-fierro-desde-el-396.html



Datos tomados de Internet

http://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_Fierro






La vuelta del Martín Fierro-desde el 396 al 655-(entrada 2)

La vuelta del Martín Fierro (1879) de 33 capítulos, que en ediciones posteriores se ha publicado conjuntamente con la primera.

El libro cuenta los padecimientos de un gaucho de fines del siglo pasado que -como muchos otros- es obligado injustamente a servir en la frontera. Así debe abandonar su rancho, a su mujer y a sus hijos. Pero en los fortines la vida es tan dura y miserable que Fierro huye. Al regresar a su hogar lo encuentra destruido y abandonado. Comienza su recorrido por la pampa. Conoce a Cruz, su gran amigo, y juntos van a vivir con los indios.

En la vuelta de Martín Fierro, el protagonista regresa a la civilización y encuentra sus hijos perdidos, a ellos les da sus sabios consejos de vida antes de que cada uno siga su propio camino.







La Vuelta de Martín Fierro

I.

MARTIN FIERRO

Atención pido al silencio
y silencio a la atención,
que voy en esta ocasión,
si me ayuda la memoria,
a mostrarles que a mi historia
le faltaba lo mejor.

397
Viene uno como dormido
cuando vuelve del desierto;
veré si a esplicarme acierto
entre gente tan bizzarra
y si al sentir la guitarra
de mi sueño me despierto.

398
Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razón,
y de la viguela al son
imploro a la alma de un sabio
que venga a mover mi labio
y alentar mi corazón

399
Si no llego a treinta y una
de fijo en treinta me planto,
y esta confianza adelanto
porque recibí en mi mismo,
con el agua del bautismo,
la facultá para el canto.

400
Tanto el pobre como el rico
la razón me la han de dar;
y si llegan a escuchar
lo que esplicaré a mi modo,
digo que no han de rair todos:
algunos han de llorar.

401
Mucho tiene que contar
el que tuvo que sufrir,
y empezaré por pedir
no duden de cuanto digo;
pues debe creerse al testigo
si no pagan por mentir.

402
Gracias le doy a la virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.

403
Que cante todo viviente
otorgó el Eterno Padre;
cante todo el que le cuadre
como lo hacemos los dos
pues sólo no tiene voz
el ser que no tiene sangre.

404
Canta el pueblero... Y es pueta;
canta el gaucho... Y, ¡ay Jesús!,
Lo miran como avestruz,
su inorancia los asombra;
mas siempre sirven las sombras
para distinguir la luz.

405
El campo es del inorante,
el pueblo del hombre estruido;
yo que en el campo he nacido
digo que mis cantos son
para los unos... Sonidos,
y para otros... Intención.

406
Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar;
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar.

407
El que va por esta senda
cuanto sabe desembucha,
y aunque mi cencia no es mucha,
esto en mi favor previene;
yo se el corazón que tiene
el que con gusto me escucha.

408
Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar;
ninguno se ha de animar
a corregirme la plana;
no pinta quien tiene gana
sino quien sabe pintar.

409
Y no piensen los oyentes
que del saber hago alarde;
he conocido aunque tarde,
sin haberme arrepentido,
que es pecado cometido
el decir ciertas verdades.

410
Pero voy en mi camino
y nada me ladiará;
he de decir la verdá;
de naides soy adulón;
aqui no hay imitación;
esta es pura realidá.

411
Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber;
tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar;
tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.

412
Más que yo y cuantos me oigan,
más que las cosas que tratan,
más que los que ellos relatan,
mis cantos han de durar;
mucho ha habido que mascar
para echar esta bravata.

413

Brotan quejas de mi pecho,
brota un lamento sentido;
y es tanto lo que he sufrido
y males de tal tamaño
que reto a todos los años
a que traigan el olvido.

414
Ya verán si me despierto
cómo se compone el baile;
y no se sorprenda naides
si mayor fuego me anima;
porque quiero alzar la prima
como pa tocar al aire.

415
Y con la cuerda tirante
dende que ese tono elija,
yo no he de aflojar manija
mientras que la voz no pierda,
si no se corta la cuerda
o no cede la clavija.

416
Aunque rompí el estrumento
por no volverme a tentar,
tengo tanto que contar
y cosas de tal calibre,
que Dios quiera que se libre
el que me enseñó a templar.

417
De naides sigo el ejemplo,
naides a dirigirme viene;
yo digo cuanto conviene,
y el que en tal güeya se planta,
debe cantar, cuando canta,
con toda la voz que tiene.

418
He visto rodar la bola
y no se quiere parar;
al fin de tanto rodar
me he decidido a venir
a ver si puedo vivir
y me dejan trabajar.

419
Sé dirigir la mansera
y tambien echar un pial;
sé correr en un rodeo,
trabajar en un corral;
me se sentar en un pértigo
lo mesmo que en un bagual.

420
Y enpriéstenmé su atención
si ansí me quieren honrar
de no, tendré que callar,
pues el pájaro cantor
jamás se para de cantar
en árbol que no da flor.

421
Hay trapitos que golpiar
y de aquí no me levanto;
si quieren que desembuche:
tengo que decirles tanto
que les mando que me escuchen.

422
Déjenmé tomar un trago:
estas son otras cuarenta
mi garganta esta sedienta,
y de esto no me abochorno,
pues el viejo, como el horno,
por la boca se calienta

II

423
Triste suena mi guitarra
y el sunto lo requiere;
ninguno alegrías espere
sino sentidos lamentos
de aquel que en duros tormentos
nace, crece, vive y muere.

424
Es triste dejar sus pagos
y largarse a tierra ajena
llevándose la alma llena
de tormentos y dolores;
mas nos llevan los rigores
como el pampero a la arena.

425
Irse a cruzar el desierto
lo mesmo que un forajido,
dejando aquí en el olvido,
como dejamos nosotros,
su mujer en brazos de otro
y sus hijitos perdidos.

426
¡Cuantas veces al cruzar
en esa inmensa llanura,
al verse en tal desventura
y tan lejos de los suyos,
se tira uno entre los yuyos
a llorar con amargura!

427
En la orilla de un arroyo
solitario lo pasaba,
en mil cosas cavilaba
y, a una güelta repentina,
se me hacía ver a mi china
o escuchar que me llamaba.

428
Y las aguas serenitas
bebe el pingo trago a trago,
mientras sin ningún halago
pasa uno hasta sin comer,
por pensar en su mujer,
en sus hijos y en su pago.

429
Recordarán que con Cruz
para el desierto tiramos
en la pampa nos entramos,
cayendo, por fin del viaje,
a unos toldos de salvajes,
los primeros que encontramos.

430
La desgracia nos seguía:
llegamos en mal momento;
estaban de parlamento
tratando de una invasión
y el indio en tal ocasión
recela hasta de su aliento.

431
Se armó un tremendo alboroto
cuando nos vieron llegar;
no podiamos aplacar
tan peligroso hervidero;
nos tomaron por bomberos
y nos quisieron lanciar.

432
Nos quitaron los caballos
a los muy pocos minutos;
estaban irresolutos;
¡quién sabe qué pretendían!
Por los ojos nos metían
las lanzas aquellos brutos.

433
Y déle en su lengüeteo
hacer gestos y cabriolas;
uno desató las bolas
y se nos vino enseguida;
ya no créiamos con vida
salvar ni por carambola.

434
Alla no hay misericordia
ni esperanza que tener;
el indio es de parecer
que siempre matar se debe,
pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.

435
Cruz se dispuso a morir
peliando y me convidó.
"Aguantemos", dije yo,
"El fuego hasta que nos queme".
Menos los peligros teme
quien más veces lo venció.

436
Se debe ser mas prudente
cuando el peligro es mayor;
siempre se salva mejor
andando con alvertencia
porque no está la prudencia
reñida con el valor.

437
Vino al fin el lenguaraz
como a trairnos el perdón;
nos dijo:"La salvación
se la deben a un cacique;
me manda que les esplique
que se trata de un malón.

438
"Les ha dicho a los demás
que ustedes quedan cautivos
por si cain algunos vivos
en poder de los cristianos,
rescatar a sus hermanos
con estos dos fugitivos."

439
Volvieron al parlamento
a tratar de sus alianzas,
o tal vez de las matanzas,
y, conforme les detallo,
hicieron cerco a caballo
recostándose en las lanzas.

440
Dentra al centro un indio viejo
y alli a lengüetiar se larga;
¡quién sabe qué les encarga!
Pero toda la riunión
lo escuchó con atención
lo menos tres horas largas.

441
Pegó al fin tres alaridos
y ya principiaba otra danza;
para mostrar su pujanza
y dar pruebas de jinete,
dió riendas rayando el flete
y revoliando la lanza.

442
Recorre luego la fila,
frente a cada indio se para,
lo amenaza cara a cara
y, en su juria, aquel maldito
acompaña con su grito
el cimbrar de la tacuara

443
Se vuelve aquello un incendio
mas feo que la mesma guerra:
entre una nube de tierra
se hizo allí una mezcolanza
de potros, indios y lanzas,
con alaridos que aterran.

444
Parece un baile de fieras
sigún yo me lo imagino;
era inmenso el remolino,
las voces aterradoras;
hasta que al fin de dos horas
se aplacó aquel torbellino.

445
De noche formaban cerco
y en el centro nos ponían;
para mostrar que querían
quitarnos toda esperanza,
ocho o diez filas de lanzas
alrrededor nos hacían.

446
Allí estaban vigilante
cuidandonos a porfía;
cuando roncar parecían
"Huincá", gritaba cualquiera,
y toda la fila entera
"Huincá", "Huincá", repetía.

447
Pero el indio es dormilón
y tiene un sueño projundo;
es roncador sin segundo
y en tal confianza es su vida,
que ronca a pata tendida
aunque se de güelta el mundo.

448
Nos aviriguaban todo
como aquel que se previene,
porque siempre les conviene
saber las juerzas que andan,
donde estan, quienes las mandan,
que caballos y armas tienen.

449
A cada respuesta nuestra
uno hace una esclamación,
y luego en continuación
aquellos indios feroces,
cientos y cientos de voces
repiten al mesmo son.

450
Y aquella voz de un solo,
que empieza por un gruñido,
lega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre,
y ansí adquieren la costumbre
de pegar esos bramidos



III

451
De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida;
no hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte,
ni que pensar en la muerte,
sino en soportar la vida.

452
Se endurece el corazón,
no teme peligro alguno;
por encontrarlo oportuno
allí juramos los dos:
respetar tan sólo a Dios;
de Dios abajo, a ninguno.

453
El mal es árbol que crece
y que cortado retoña;
la gente esperta o bisoña
sufre de infinitos modos;
la tierra es madre de todos,
pero también da ponzoña.

454
Mas todo varón prudente
sufre tranquilo sus males;
yo siempre los hallo iguales
en cualquier senda que elijo;
la desgracia tiene hijos,
aunque ella no tiene madre.

455
Y al que le toca la herencia,
donde quiera halla su ruina:
lo que la suerte destina
no puede el hombre evitar,
porque el cardo ha de pinchar
es que nace con espinas.

456
Es el destino del pobre
un continuo zafarrancho
y pasa como el carancho,
porque el mal nunca se sacia,
si el viento de la desgracia
vuela las pajas del rancho.

457
Mas quien manda los pesares
manda también el consuelo:
la luz que baja del cielo
alumbra al más encumbrao,
y hasta el pelo mas delgao
hace su sombra en el suelo.

458
Pero por más que uno sufra
un rigor que lo atormente,
no debe bajar la frente
nunca, por ningún motivo:
el álamo es mas altivo
y gime constantemente.

459
El indio pasa la vida
robando o echao de panza;
la única ley es la lanza
a que se ha de someter:
lo que le falta en saber
lo suple con descondianza.

460
Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo:
es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso;
es astuto y receloso,
es audaz y vengativo.

461
No hay que pedirle favor
ni que aguardar tolerancia;
movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos,
nos pusieron separaos
bajo sutil vigilancia.

462
No pude tener con Cruz
ninguna conversación:
no nos daban ocasión,
nos trataban como ajenos
como dos años, lo menos,
duro esta separación.

463
Relatar nuestras penurias
fuera alargar el asunto.
Les diré sobre este punto
que a los dos años recién
nos hizo el cacique el bien
de dejarnos vivir juntos.

464
Nos retiramos con Cruz
a la orilla de un pajal;
por no pasarlo tan mal
hicimos como un bendito
en el desierto infinito,
con dos cueros de bagual.

465
Fuimos a esconder allí
nuestra pobre situación,
aliviando con la unión
aquel duro cautiverio,
tristes como un cementerio
al toque de la oración.

466
Debe el hombre ser valiente
si ha rodar se determina,
primero, cuando camina;
segundo, cuando descansa;
pues en aquellas andanzas
perece el que se acoqui

467
Cuando es manso el ternerito
en cualquier vaca se priende;
el que es gaucho esto lo entiende
y ha de entender si le digo
que andábamos con mi amigo
como pan que no se vende.

468
Guarecidos en el toldo
charlábamos mano a mano:
eramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.

469
El alimento no abunda
por mas empeño que se haga;
lo pasa uno como plaga,
ejercitando la industria,
y siempre como la nutria
viviendo a la orilla del agua.

470
En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador:
cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina;
todo bicho que camina
va parar al asador.

471
Pues allí a los cuatro vientos
la persecución se lleva;
nadie escapa de la leva
y dende que el alba asoma
ya recorre uno la loma,
el bajo, el nido y la cueva.

472
El que vive de la caza
a cualquier bicho se atreve,
que pluma o cáscara lleve,
pues, cuando la hambre se siente,
el hombre le clava el diente
a todo lo que se mueve.

473
En las sagradas alturas
esta el Máestro principal
que enseña a cada animal
a procurarse el sustento,
y le brinda el alimento
a todo ser racional.

474
Y aves y bichos y pejes
se mantienen de mil modos:
pero el hombre en su acomodo
es curioso de oservar:
es el que sabe llorar
y es el que los come a todos

IV

475
Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada,
se largaban a invadir.

476
Primero entierran las prendas
en cuevas como peludos;
y aquellos indios cerdudos,
siempre llenos de recelos,
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.

477
Para pegar el malón
el mejor flete procuran;
y como es su arma segura
vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados a la cintura.

478
De ese modo anda liviano
no fatiga al mancarrón;
es su espuela en el malón,
después de bien afilao,
un cuernito de venao
que se amarra en el garrón.

479
El indio que tiene un pingo
que se llega a distinguir,
lo cuida hasta pa dormir;
de ese cudao es esclavo.
Se lo alquila a otro indio bravo
cuando vienen a invadir.

480
Por vigilarlo no come
y ni aun el sueño concilia:
sólo en eso no hay desidia;
de noche les asiguro,
para tenerlo siguro
le hace cerco la familia.

481
Por eso habrán visto ustedes,
si en el caso se han hallao,
y si no lo han observao,
tenganló dende hoy presente,
que todo pampa valiente
anda siempre bien montao.

482
Marcha el indio a trote largo,
paso que rinde y que dura;

viene en dirección sigura
y jamas a su capricho;
no se les escapa bicho
en la noche mas escura.

483
Caminan entre nieblas
con un cerco bien formao;
lo estrechan con gran cuidao
y agarran, al aclarar,
ñanduces, gamas, venaos,
cuanto a podido dentrar.

484
Su señal es un humito
que se eleva muy arriba,
y no hay quien no lo aperciba
con esa vista que tienen;
de todas partes se vienen
a engrosar la comitiva.

485
Ansina se van juntando,
hasta hacer esas riuniones
que cain en las invasiones
en número tan crecido;
para formarla han salido
de los últimos rincones.

486
Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera
y de asolar no se cansa;
de su pingo y de su lanza
toda salvacion espera.

487
Debe atarse bien la faja
quien a aguardarlo se atreva;
siempre mala intención lleva,
y, como tiene alma grande,
no hay plegaria que lo ablande
ni dolor que lo conmueva.

488
Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel;
para matar es sin yel,
es fiero de condición;
no golpia la compasión
en el pecho del infiel.

489
Tiene la vista del águila,
del leon la temeridá;
en el desierto no habrá
animal que él no lo entienda,

ni fiera de que no aprienda
un instinto de crueldá.

490
Es tenaz en su barbarie:
no esperen verlo cambiar;
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe;
el bárbaro solo sabe
emborracharse y peliar.

491
El indio nunca ríe,
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías;
la risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.

492
Se cruzan en el desierto
como un animal feroz;
dan cada alarido atroz
que hace erizar los cabellos;
parece que a todos ellos
los ha maldecido Dios.

493
Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres:
el indio es indio y no quiere
apiar de su condición
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.

494
El que envenenan sus armas
les mandan sus hechiceras;
y como ni a Dios veneran,
nada a los pampa contiene:
hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.

495
Y son, ¡por Cristo bendito!,
Los más desasiaos del mundo:
esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo
en esos toldos inmundos.

496
Naides puede imaginar
una miseria mayor;
su pobreza causa horror;
no sabe aquel indio bruto
que la tiera no da fruto
si no la riega el sudor.



V

497
Aquel desierto se agita
cuando la invasion regresa;
llevan miles de cabezas
de vacuno y yeguarizo;
pa no afligirse es preciso
tener bastante firmeza.

498
Aquello es un hervidero
de pampas -un celemín-.
Cuando riunen el botín
juntando toda la hacienda,
es cantidá tan tremenda
que no alcanza a verse el fin.

499
Vuelven las chinas cargadas
con las prendas en montón;
aflige esa destrucción:
acomodaos en cargueros
llevan negocios enteros
que han saquiao en la invasión.

500
Su pretensión es robar,
no quedar en el pantano;
viene a tierra de cristianos
como juria del infierno;
no se llevan al Gobierno
poerque no lo hallan a mano.

501
Vuelven locos de contento
cuando han venido a la fija;
antes que ninguno elija
empiezan con todo empeño,
como dijo un santiagueño,
a hacerse la repartija.

502
Se reparten el botín
con igualdad, sin malicia;
no muestra el indio codicia,
ninguna falta comete:
solo en eso se somete
a una regla de justicia.

503
Y cada cual con lo suyo
a sus toldos enderieza;
luego la matanza empieza
tan sin razon ni motivo,
que no queda animal vivo
de esos miles de cabezas.

504
Y satisfecho el salvaje
de que su oficio ha cumplido,
lo pasa por ahi tendido
volviendo a su haraganiar,
y entra la china a cueriar
con un afán desmedido.

505
A veces a tierra adentro
algunas puntas se llevan;
pero hay pocos que se atrevan
a hacer esas incursiones,
porque otros indios ladrones
les suelen pelar la breva.

506
Pero pienso que los pampas
deben de ser los mas rudos;
aunque andan medio desnudos
ni su conveniencia entienden:
por una vaca que venden
quinientas matan al ñudo.

507
Estas cosas y otras piores
las he visto muchos años;
pero si yo no me engaño
concluyó ese vandalaje,
y esos bárbaros salvajes
no podran hacer mas daño.

508
Las tribus están deshechas;
los caciques más altivos
estan muertos o cautivos,
privaos de toda esperanza,
y de la chusma y de la lanza,
ya muy pocos quedan vivos.

509
Son salvajes por completo
hasta pa su diversión,
pues hacen una junción
que naides se la imagina;
recien le toca a la china
el hacer su papelón.

510
Cuando el hombre es mas salvaje
trata pior a la mujer:
yo no sé que pueda haber
sin ella dicha ni goce.
¡Feliz el que la conoce
y logra hacerse querer!

511
Todo el que entiende la vida
busca a su lao los placeres;
justo es que las considere
el hombre de corazón;
sólo los cobardes son
valientes con sus mujeres.

512
Pa servir a un desgraciao
pronta la mujer está;
cuando en su camino va
no hay peligro que le asuste;
ni hay una a quien no le guste
una obra de caridá.

513
No se allará una mujer
a la que esto no le cuadre;
yo alabo al Eterno Padre,
no porque las hizo bellas,
sino porque a todas ellas
les dió corazón de madre.

514
Es piadosa y diligente
y sufrida en los trabajos;
tal vez su valor rebajo
aunque la estimo bastante;
mas los indios inorantes
la trata al estropajo.

515
Echan la alma trabajando
bajo el mas duro rigor;
el marido es su Señor,
como tirano la manda,
porque el indio no se ablanda
ni siquiera en el amor.

516
No tiene cariño a naides
ni sabe lo que es amar.
¿Ni que se puede esperar
de aquellos pechos de bronce?
Yo los conocí al llegar
y los calé dende entonces.

517
Mientras tiene qué comer
permanece sosegao;
yo que en sus toldos he estao
y sus costumbres oservo,
digo que es como aquel cuervo
que no volvio del mandao.

518
Es para él como un juguete
escupir un crucifijo;
pienso que Dios los maldijo
y ansina al ñudo desato:
el indio, el cerdo y el gato
redaman sangre del hijo.

519
Mas ya con cuentos de pampas
no ocuparé su atención;
debo pedirles perdón,
pues sin querer me distraje;
por hablar de esos salvajees
me olvidé de la junción.

520
Hacen un cerco de lanzas,
los indios quedan ajuera;
dentra la china ligera
como yeguada en la trilla,
y empieza allí la cuadrilla
a dar güeltas en la era

521
A un lao están los caciques,
capitanejos y el trompa
tocando con toda pompa
como un toque de fajina;
adentro muere la china,
sin que aquel circulo rompa.

522
Muchas veces se les oyen
a las pobres los quejidos;
mas son lamentos perdidos:
al rededor del cercao,
en el suelo están mamaos
los indios dando alaridos.

523
Su canto es una palabra
y de ahi no salen jamás;
llevan todas el compás
"Ioká-ioká" repitiendo;
me parece estarlas viendo
mas fieras que Satanás.

524
Al trote dentro del cerco,
sudando, hambrientas, juriosas,
desgreñadas y rotosas,
de sol a sol se lo llevan:
bailan aunque truene o llueva,
cantando la mesma cosa.


VI

525
el tiempo sigue su giro
y nosotros, solitarios;
de los indios sanguinarios
no teníamos qué esperar;
el que nos salvó al llegar
era el más hospitalario.

526
Mostró noble corazón,
cristiano anhelaba ser;
la justicia es un deber,
y sus méritos no callo:
nos regaló unos caballos
y a veces nos vino a ver.

527
A la voluntad de Dios
ni con la intención resisto:
el nos salvó...¡Ah, Cristo!,
Muchas veces he deseado
no nos hubiera salvado
ni jamás haberlo visto.

528
Quien recibe beneficios
jamás los debe olvidar;
y al que tiene que rodar
en su vida trabajosa,
le pasan a veces cosas
que son duras de pelar.

529
Voy dentrando poco a poco
en lo triste del pasaje;
cuando es amargo el brebaje
el corazón no se alegra;
dentró una virgüela negra
que los diezmó.

530
Al sentir tal mortandá
los indios, desesperaos,
gritaban alborotados:
"¡cristiano echando gualicho!"
No quedó en los toldos bicho
que no salió redotao.

531
Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinan;
no los conocen las chinas
sino alguna ya muy vieja,
y es la que lo aconseja
con mil embustes, la indina.

532
Alli soporta el paciente
las terribles curaciones,
pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos:
los agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.

533
Les hacen mil herejías
que el presenciarlas da horror;
brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa,
y untandolo todo de grasa
lo ponen a hervir al sol.

534
Y puesto allí boca arriba,
alrededor le hacen fuego;
una china biene luego
y al oido le da de gritos;
hay algunos tan malditos
que sanan con este juego.

535
A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja;
lo agarran allí y lo estrujan,
labios le queman y diente
con un güevo bien caliente
de alguna gallina bruja.

536
Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza;
si a escapárseles alcanza
dispara como la liebre;
le da delirios la fiebre,
y ya le cain con la lanza.

537
Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo
ni de saber me reputo,
"Será", decíamos nosotros,
"De tanta carne de potro
como comen esos brutos".

538
Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco,
y lo augaron en un charco
por causante de la peste;
tenía los ojos celestes
como potrillo zarco.

539
Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja,
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista:
ponia el infeliz la vista
como la pone la oveja.

540
Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago;
Cruz sentia los amagos
de la peste que reinaba,
y la idea nos acosaba
de volver a nuestros pagos.

541
Pero contra el plan mejor
el destino se rebela.
¡La sangre se me congela!
El que nos había salvado
cayó tambien atacado
de la fiebre y la virgüela.

542
No podiamos dudar,
al verlo en tal padecer,
el fin que habia de tener,
y Cruz que era tan humano:
"Vamos", me dijo,"Paisano
a cumplir con un deber".

543
Fuimos a estar a su lado
para ayudarlo a curar;
lo vinieron a buscar
y hacerle como a los otros;
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar.

544
Iba creciendo la plaga
y la mortandá seguía.
A su lado nos tenía
cuiandolo con pacencia,
pero acabó su esistencia
al fin de unos pocos días.

545
El recuerdo me atormenta;
se renueva mi pesar;
me dan ganas de llorar;
nada a mis penas igualo;
Cruz también cayó muy malo
ya para no levantar.

546
Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir;
yo no haciá sino gemir,
y aumentaba mi aflición
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.

547
Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito;
me recomendó un hijito
que en su pago había dejado:
"Ha quedado abandonado".
Me dijo, "Aquel pobrecito".

548
"Si vuelve, búsquemeló",
me repetía a media voz;
"En el mundo eramos dos,
pues él ya no tiene madre;
que sepa el fin de su padre
y encomiende mi alma a Dios".

549
Lo apretaba contra el pecho,
dominao por el dolor;
era su pena mayor
el morir allá entre infieles
sufriendo dolores crueles
entrego su alma al criador.

550
De rodillas a su lado
yo lo encomendé a Jesús.
Faltó a mis ojos la luz,
tuve un terrible desmayo;
cai como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz



VII

551
aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvio,
varon que fue tan prudente,
por humano y por valiente
en el desierto murió.

552
Y yo, con mis propias manos,
yo mesmo lo sepulté;
a Dios por su alma rogué
de dolor el pecho lleno,
y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.

553
Cumplí con mi obligación;
no hay falta de que me acuse,
ni deber de que se escuse,
aunque de dolor sucumba:
allá señala su tumba
una cruz que yo le puse.

554
Andaba de toldo en toldo
y todo me fastidiaba;
el pesar me dominaba,
y entregao al sentimiento
se me hacía cada momento
oir a Cruz que me llamaba.

555
Cual más, cual menos, los criollos
saben lo que es amargura;
en mi triste desventura
no encontraba otro consuelo
que ir a tirarme en el suelo,
al lao de su sepultura.

556
Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo
teniendo a Dios por testigo,
y mis pensamientos fijos
en mi mujer y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.

557
Privado de tantos bienes
y perdido en tierra ajena,
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.

558
Sin saber qué hacer de mí
y entregao a mi aflición,
estando allí una ocasión,
del lao que venía el viento
oi unos tristes lamentos
que llamaron mi atención.

559
No son raros los quejidos
en los toldos del salvaje,
pues aquél es vandalaje
donde no se arregla nada
sino a lanza y puñalada,
a bolazos y coraje.

560
No preciso juramento,
deben creerle a Martín Fierro;
he visto en este destierro
a un salvaje que se irrita,
degollar a una chinita
y tirarsela a los perros.

561
He presenciado martirios,
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades
que el cristiano no imagina,
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.

562
Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mí;
al punto me dirigí
al lugar de ande venían:
¡me horroriza todavía
el cuadro que descubrí!.

563
Era una infeliz mujer
que estaba de sangre llena,
y como una madalena
lloraba con toda gana;
conocí que era cristiana
y esto me dió mayor pena.

564
Cauteloso me acerqué
a un indio que estaba al lao,
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenía en la mano
el rebenque ensangrentao.



VIII

565
Mas tarde supe por ella,
de manera positiva,
que dentró una comitiva
de pampas a su partido,
mataron a su marido
y la llevaron cautiva.

566
En tan dura servidumbre
hacían dos años que estaba;
un hijito que llevaba
a su lado lo tenía.
La china la aborrecía
tratandola como esclava.

567
Deseaba para escaparse
hacer una tentativa,
pues a la infeliz cautiva
naides la va a redimir,
y allí tiene que sufrir
el tormento mientras viva.

568
Aquella china perversa,
dende el punto que llegó,
crueldá y orgullo mostró
porque el indio era valiente:
usaba un collar de dientes
de cristianos que él mató.

569
La mandaba a trabajar,
poniendo cerca a su hijito
tiritando y dando gritos,
por la mañana temprano,
atado de pies y manos
lo mesmo que un corderito.

570
Ansí le imponía tarea
de juntar leña y sembrar
viendo a su hijito llorar,
y hasta que no terminaba,
la china no la dejaba
que le diera de mamar.

571
Cuando no tenían trabajo
la emprestaban a otra china,
"Naides", decía, "Se imagina,
ni es capaz de presumir
cuanto tiene que sufrir
la infeliz que esta cautiva.

572
Si ven crecido a su hijito,
como de piedá no entienden
y a suplicas nunca atienden,
cuando no es éste es el otro,
se lo quitan y lo venden
o lo cambian por un potro.

573
En la crianza de los suyos
son bárbaros por demás.
No lo habia visto jamás:
en una tabla los atan,
los crian así, y les achatan
la cabeza por detrás.

574
Aunque esto parezca extraño,
ninguno lo ponga en duda:
entre aquella gente ruda,
en su bárbara tropeza,
es gala que la cabeza
se les forme puntiaguda.

575
Aquella china malvada,
que tanto la aborrecía,
empezó a decir un día,
porque falleció una hermana,
que sin duda la cristiana
le había echado brujería.

576
El indio la sacó al campo
y la empezó a amenazar
que le había de confesar
si la brujería era cierta;
o que la iba a castigar
hasta que quedara muerta.

577
Llora la pobre afligida,
pero el indio, en su rigor,
le arrebató con juror
al hijo de entre sus brazos,
y del primer rebencazo
la hizo crujir de dolor.

578
Que aquel salvaje tan cruel
azotándola seguía;
más y más se enfurecía
cuanto mas la castigaba
y la infeliz se atajaba
los golpes como podía.

579
Que le gritó muy furioso
"Confechando no querés;"
la dió vuelta de un revés
y, por colmar su amargura,
a su tierna criatura
se la desgolló a los pies.

580
"Es increible" me decía,
"Que tanta fiereza esista;
no habrá madre que resista;
aquel salvaje inclemente
cometió tranquilamente
aquel crimen a mi vista."

581
Esos horrores tremendos
no los inventa el cristiano:
"Es bárbaro inhumano"
-sollozando me lo dijo-
"Me amarró luego las manos
con las tripitas de mi hijo."



IX

582
de ella fueron los lamentos
que en mi soledá escuché:
en cuanto al punto llegué,
quedé enterado de todo:
al mirarla de aquel modo
ni un instante tutubié.

583
Toda cubierta de sangre
aquella infeliz cautiva,
tenia dende abajo arriba
las marcas de los lazazos:
sus trapos echos pedazos
mostraban la carne viva.

584
Alzó los ojos al cielo
en sus lágrimas bañada;
tenía las manos atadas;
su tormento estaba claro;
y me clavó una mirada
como pidiéndome amparo.

585
Yo no sé lo que pasó
en mi pecho en ese instante;
estaba el indio arrognte
con una cara feroz:
para entendernos los dos
la mirada fué bastante.

586
Pegó un brinco como gato
y me ganó la distancia,
aprovechó esa distancia
como fiera cazadora:
desató las boliadoras
y aguardó con vigilancia.

587
Aunque yo iba de curioso
y no por buscar contienda,
al pingo le até la rienda,
eché mano dende luego
a éste que no yerra juego,
y ya se armó la tremenda.

588
El peligro en que me hallaba
al momento conocí;
nos mantuvimos ansí,
me miraba y lo miraba:
yo al indio le desconfiaba,
y él me descofiaba a mí.

589
Se debe ser precavido
cuando el indio se agazape:
en esa postura el tape
vale por cuatro o por cinco;
como el tigre es para el brinco
y fácil que a uno lo atrape.

590
Peligro era atropellar
y era peligro el juir,
y más peligro seguir
esperando de ese modo,
pues otros podían venir
y carniarme allí entre todos.

591
A juerza de precaución
muchas veces he salvado,
pues es un trance apurado
es mortal cualquier descuido;
si Cruz hubiera vivido
no habría tenido cuidado.

592
Un hombre junto con otro
en valor y en juerza crece;
el temor desaparece;
escapa de cualquier trampa;
entre dos, no digo a un pampa,
a la tribu, si se ofrece.

593
En tamaña incertidumbre,
en trance tan apurado,
no podía por de contado
escarparme de otra suerte,
sino dando al indio muerte
o quedando alli estirado.

594
Y como el tiempo pasaba
y aquel asunto me urgía,
viendo que él no se movía
me juí medio de soslayo
como a agarrarle el caballo,
a ver si se me venía.

595
Ansí jué, no aguardó más
y me atropelló el salvaje;
es preciso que se ataje
quien con el indio pelee;
el miedo de verse a pie
aumentaba su coraje.

596
En la dentrada no más
me largó un par de bolazos;
uno me tocó en un brazo;
si me da bien, me lo quiebra,
pues las bolas son de piedra
y vienen como balazo.

597
A la primer puñalada
el pampa se hizo un ovillo;
era el salvaje mas pillo
que he visto en mis correrías,
y, a más de las picardías,
arisco para el cuchillo.

598
Las bolas las manejaba
aquel bruto con destreza;
las recogía con presteza
y me las volvía a largar,
haciéndomelas silbar
arriba de la cabeza.

599
Aquel indio, como todos,
era cauteloso... ¡Ahijuna!
Ahí me valió la fortuna
de que peliando se apotra
me amenazaba con una
y me largaba con otra.

600
Me sucedió una desgracia
en aquel percance amargo;
en momento que lo cargo
y que él reculando va,
me enredé en el chiripá
y caí tirao largo a largo.

601
Ni pa enconmendarme a Dios
tiempo el salvaje me dió;
cuanto en el suelo me vió
me saltó con ligereza:
juntito de la cabeza
el bolazo retumbó.

602
Ni por respeto al cuchillo
dejó el indio de apretarme;
allí pretende ultimarme
sin dejarme levantar,
y no me daba lugar
ni siquiera a enderezarme.

603
De balde quiero moverme:
aquel indio no me suelta.

Como persona resuelta
toda mi juerza ejecuto,
pero abajo de aquel bruto
no podía ni darme güelta.
604
¡Bendito, Dios poderoso,
quien te puede comprender!
Cuando a una débil mujer
le diste en esa ocación
la juerza que en un varón
tal vez no pudiera haber.

605
Esa infeliz tan llorosa,
viendo el peligro se anima;
como una flecha se arrima
y olvidando su aflición,
le pegó al indio un tirón
que me lo sacó de encima.

606
Ausilio tan generoso
me libertó del apuro;
si no es ella, de siguro
que el indio me sacrifica;
y mi valor se duplica
con un ejemplo tan puro.

607
En cuanto me enderecé
nos volvimos a topar,
no se podía descansar
y me chorriaba el sudor:
en un apuro mayor
jamás me he vuelto a encontrar.

608
Tampoco yo le daba alce
como deben suponer;
se había aumentao mi quehacer
para impedir que el brutazo
le pegar algún bolazo
de rabia a aquella mujer.

609
La bola en manos del indio
es terrible y muy ligera;
hace de ella lo que quiera
saltando como una cabra.
Mudos, sin decir palabra,
peliábamos comos fieras.

610
Aquel duelo en el desierto
nunca jamás se me olvida;
iba jugando la vida
con tan terrible enemigo,
teniendo allí de testigo
a una mujer afligida.

611
Cuanto él más se enfurecía
yo más me empiezo a calmar;
mientras no logra matar
el indio no se desfoga;
al fin le corté una soga
y lo empecé a aventajar.

612
Me hizo sonar las costillas
de un bolazo aquel maldito;
y al tiempo que le di un grito
y le dentro como bala,
pisa el indio, y se refala
en el cuerpo del chiquito.

613
Para explicar el misterio
es muy escasa mi cencia:
lo castigó, en mi conciencia,
su divina majestá;
donde no hay casualidá
suele estar la providencia.

614
En cuanto trastabilló
más de firme lo cargué,
y aunque de nuevo hizo pie
lo perdió aquella pisada;
pues en esa atropellada
en dos partes lo corté.

615
Al sentirse lastimao
se puso medio afligido,
pero era indio decidido,
su valor no se aquebranta;
le salían de la garganta
como una especie de aullidos.

616
Lastimao en la cabeza,
la sangre lo enceguecía;
de otra herida le salía
haciendo un charco ande estaba,
con los pies chapaliaba
sin aflojar todavía.

617
Tres figuras imponentes
formábamos aquel terno:
ella en su dolor materno,
yo con la lengua dejuera,
y el salvaje como fiera
disparada del infierno.

618
Iba conociendo el indio
que tocaban a degüello:
se le erizaba el cabello
y los ojos revolvía;
los labios se le perdían
cuando iba a tomar resuello.

619
En una nueva dentrada
le pegué un golpe sentido,
y al verse ya malherido,
aquel indio furibundo
lanzó un terrible alrido
que retumbó como un ruido
si se sacudiera el mundo.

620
Al fin de tanto lidiar,
en el cuchillo lo alcé,
en peso lo levanté
aquel hijo del desierto;
ensartado lo llevé,
y allá recién lo largué
cuando ya lo sentí muerto.

621
Me persiné dando gracias
de haber salvado la vida;
aquella pobre afligida,
de rodillas en el suelo,
alzó sus ojos al cielo
sollozando dolorida.

622
Me hinqué también a su lado
a dar gracias a mi Santo;
en su dolor y quebranto
ella, a la madre de Dios,
le pide en su triste llanto
que nos ampare a los dos.

623
Se alzó con pausa de leona
cuando acabó de implorar,
y, sin dejar de llorar,
envolvió en uno trapitos
los pedazos de su hijito,
que yo le ayudé a juntar

X

624
Dende ese punto era juerza
abandonar el desierto,
pues me hubieran descubierto,
y aunque lo maté en pelea,
de fijo que me lancean
por vengar al indio muerto.

625
A la afligida cautiva
mi caballo le ofrecí:
era un pingo que adquirí,
y, donde quiera que estaba,
en cuanto yo lo silbaba
venia a refregarse en mí.

626
Yo me lo senté al del pampa;
era un escuro tapao
(cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo),
y era un pingo como galgo
que sabía correr boliao.

627
Para correr en el campo
no hallaba ningun tropiezo;
los ejercitan en eso,
y los ponen como luz,
de dentrarle a un aveztruz
y boliar bajo el pescuezo.

628
El pampa educa al caballo
como pa un etrevero:
como rayo es de ligero
en cuando el indio lo toca,
y como trompo en la boca
da gueltas sobre un cuero.

629
Lo varea en la madrugada
(jamas falta a este deber),
luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales:
asina esos animales
es cuanto se puede ver.

630
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
¡jue pucha!, Y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con prolijidad lo amansa
sin dejarlo corcoviar.

631
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea;
horas enteras emplea,
y, por fin, sólo lo deja
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.

632
Jamás le sacude un golpe,
porque lo trata al bagual
con paciencia sin igual
-al domarlo no le pega-,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.

633
Y aunque yo sobre los bastos
me sé sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo:
con pacencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.

634
Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo,
lo ha de cuidar con desvelo
y debe impedir también
el que de golpes le den
o tironeen en el suelo.

635
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y, si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.

636
Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo;
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo
que es de miedo del corcovo,
y no quieren confesarlo.

637
El animal yeguarizo
-perdónenme esta alvertencia-
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la pacencia.

538
Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y, rienda.

639
Me vine, como les digo,
trayendo esa compañera;
marchamos la noche entera,
haciendo nuestro camino,
sin más rumbo que el destino
que nos llevara ande quiera.

640
Al muerto, en un pajonal
había tratao de enterrarlo,
y después de maniobrarlo
lo tapé bien con las pajas,
para llevar de ventaja
lo que emplearan en hallarlo.

641
En notando nuestra ausiencia
nos habían de perseguir,
y, al decidirme a venir,
con todo mi corazón
hice la resolución
de peliar hasta morir.

642
Es un peligro muy serio
cruzar juyendo el desierto:
muchísimos de hambre han muerto,
pues en tal desasosiego
no se puede ni hacer juego,
para no ser descubierto.

643
Sólo el albitrio del hombre
puede ayudarlo a salvar:
no hay ausilio que esperar,
sólo de Dios hay amparo;
en el desierto es muy raro
que uno se pueda escapar.

644
¡Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde!
¡Pobre de aquel que se pierde
o que su rumbo estravea!
Si alguien cruzarlo desea,
este consejo recuerde:

645
marque su rumbo de día
con toda fidelidá;
marche con puntualidá,
sigiéndoló con fijeza,
y, si duerme, la cabeza
ponga para el lao que va.

646
Oserve con todo esmero
adonde el sol aparece;
si hay ñeblina y le entorpece
y no lo puede oservar,
guárdese de caminar,
pues quien se pierde perece.

647
Dios le dió istintos sutiles
a toditos los mortales;
el hombre es uno de tales,
y en las llanuras aquelas,
lo guían el sol, las estrellas,
el viento y los animales.

648
Para ocultarnos de día
a la vista del salvaje,
ganábamos un paraje
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viaje.

649
Penurias de toda clase
y miserias padecimos:
varias veces no comimos
o comimos carne cruda,
y en otras, no tengan duda,
con raices nos mantuvimos.

650
Después de mucho sufrir
tan peligrosa inquietú,
alcanzamos con salú
a divisar una sierra,
y al fin pisamos la tierra
en donde crece el ombú.

651
Nueva pena sintió el pecho
por Cruz, en aquel paraje,
y en humilde vasallaje
a la majestá infinita,
besé esta tierra bendita,
que ya no pisa el salvaje.

652
Al fin la misericordia
de Dios nos quiso amparar;
es preciso soportar
los trabajos con constancia:
alcanzamos a una estancia
después de tanto penar.

653
Ah¡ mesmo me despedí
de mi infeliz compañera:
"Me voy", le dije,"Ande quiera,
aunque me agarre el Gobierno,
pues, infierno por infierno
prefiero el de la frontera."

654
Concluyo esta relación,
ya no puedo continuar;
permítanmé descansar:
estan mis hijos presentes,
y yo ansioso porque cuenten
lo que tengan que contar.



XI

655
Y mientras que tomo un trago
pa refrescar el garguero,
y mientras tiempla el muchacho
y prepara su estrumento,
les contaré de qué modo
tuvo lugar el encuentro.
Me acerqué a algunas estancias
por saber algo de cierto,
creyendo que en tantos años
esto se hubiera compuesto;
pero cuanto saqué en limpio
jué que estábamos lo mesmo.
Ansí, me dejaba andar
haciéndome el chancho rengo,
porque no me convenía
revolver el avispero;
pues no inorarán ustedes
que en cuentas con el gobierno
tarde o temprano lo llaman
al pobre a hacer el arreglo.
Pero al fin tuve la suerte
de hallar un amigo viejo
que de todo me informó,
y por él supe al momento
que el Juez que me perseguía
hacía tiempo que era muerto:
por culpa suya he pasado
diez años de sufrimiento
y no son pocos diez años
para quien ya llega a viejo.
Y los he pasado ansí,
si en mi cuenta no me yerro:
tres años en la frontera,
dos como gaucho matrero,
y cinco allá entre los indios
hacen los diez como yo cuento.
Me dijo, a más, ese amigo
que anduviera sin recelo,
que todo estaba tranquilo,
que no perseguía el gobierno,
que ya naides se acordaba
de la muerte del moreno,
aunque si yo lo maté
mucha culpa tuvo el negro.
Estuve un poco imprudente,
puede ser, yo lo confieso,
pero el me precipitó,
porque me cortó primero,
y a más me cortó la cara,
que es un asunto muy serio.
Me asiguró el mesmo amigo
que ya no había ni el recuerdo
de aquel que en la pulpería
lo dejé mostrando el sebo.
El de engreido, me buscó:
yo ninguna culpa tengo;
el mismo vino a peliarme,
y tal vez me hubiera muerto
si le tengo más confianza
o soy un poco más lerdo.
Fue suya toda la culpa
porque ocasionó el suceso.
Que ya no hablaban tampoco,
me lo dijo muy de cierto,
de cuando con la partida
llegué a tener el encuentro.
Esa vez me defendí
como estaba en mi derecho,
porque fueron a prenderme
de noche y en campo abierto:
se me acercaron con armas,
y, sin darme voz de preso,
me amenazaron a gritos
de un modo que daba miedo,
que iban a arreglar mis cuentas,
tratándome de matrero:
y no era el jefe el que hablaba
sino un cualquiera de entre ellos,
y ése, me parece a mí
no es modo de hacer arreglos,
ni con el que es inocente,
ni con el culpable menos.

Con semejantes noticias
yo me puse muy contento
y me presenté ande quiera
como otros pueden hacerlo.
De mis hijos he encontrado
sólo a dos hasta el momento,
y de ese encuentro feliz
le doy las gracias al cielo.
A todos cuantos hablaba
les preguntaba por ellos,
mas no me da ninguno
razón de su paradero.
Casualmente, el otro día
llegó a mi conocimiento

de una carrera muy grande
entre varios estancieros,
y juí como uno de tantos,
aunque no llevaba un medio.
No faltaban, ya se entiende,
en aquel gauchaje inmenso,
muchos que ya conocían
la historia de Martín Fierro;
y allí estaban los muchachos
cuidando unos parejeros.
Cuando me oyeron nombrar
se vinieron al momento,
diciéndome quiénes eran
aunque no me conocieron,
porque venía muy aindiao
y me encontraban muy viejo.
La junción de los abrazos
de los llantos y los besos
se deja pa las mujeres,
como que entienden el juego.
Pero el hombre, que compriende
que todos hacen lo mesmo,
en público canta y baila,
abraza y llora en secreto.
Lo único que me han contado
es que mi mujer a muerto;
que en procuras de un muchacho
se jue la infeliz al pueblo,
donde infinitas miserias
habrá sufrido, por cierto;
que, por fin, a un hospital
jué a parar medio muriendo,
y en ese abismo de males
falleció al muy poco tiempo.
Les juro que de esa pérdida
jamás he de hallar consuelo,
muchas lágrimas me cuesta
dende que supe el suceso.
Mas dejemos cosas tristes
aunque alegrías no tengo;
me parece que el muchacho
ha templao y está dispuesto
vamos a ver qué tal lo hace
y a juzgar su desempeño.
Ustedes no lo conocen
yo tengo confianza en ellos,
no porque lleven mi sangre
-eso juera de lo menos-,
sino porque dende chicos
han vivido padeciendo.
Los dos son aficionados;
les gusta jugar con juego,
vamos a verlos correr:
son cojos... Hijos de rengo









Aclaración:
La primera parte del poema gauchesco El Gaucho Martín Fierro (1872) compuesta de 13 capítulos.(395 versos) está publicado el 25 de Agosto de 2008

http://arimlunapiedrasyzafiros.blogspot.com/search/label/Mart%C3%ADn%20Fierro

La última parte desde el verso 656 al final de la obra los publiqué en:

http://arimlunapiedrasyzafiros.blogspot.com/2008/08/la-vuelta-del-martn-fierro-desde-el-656.html