sábado, 4 de julio de 2009

Francisco Hermógenes Ramos Mejía


y los INDIOS DE MIRAFLORES




En 1811 Francisco Hermógenes Ramos Mexía, hijo de un comerciante porteño, sin ser rico, su padre Gregorio Pedro Joseph de Santa Gertrudis Ramos Mexía, formaba parte de la elite española que manejaba asuntos de gobierno bajo el Virreinato.

Cruzó el río Salado-límite en ese entonces del mundo civilizado- y portando una Biblia como única arma se internó en territorio de los indios, protagonizando una experiencia inédita en lo que hace a la relación del hombre blanco con los aborígenes


Nacido en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1773, Francisco Hermógenes Ramos Mejía,
termina sus estudios en filosofía, y deja pendientes los de teología en la universidad de Chuquisaca, y se casa en La Paz, el 5 de mayo de 1804, con María Antonia Segurola, de 15 años de edad. El matrimonio hizo que la situación patrimonial de Francisco cambiara radicalmente.

Parece haberse sentido muy poco inclinado a la vida mundana y preferir, en cambio, la vasta soledad del desierto. Con ese propósito, al regresar junto a su cónyuge del Alto Perú, luego de realizar varios años de estudios, compran la Chacra "Los Tapiales" a Martín José de Altolaguirre, que constaba, aproximadamente, de 7.000 hectáreas.

Fue allí que estableció contacto literario con Manuel Lacunza, un jesuita chileno autor, bajo el seudónimo de Josefat Ben Ezra, de un tratado sobre religión publicado bajo el título "La venida del Mesías en Gloria y Santidad".
Según han establecido sus biógrafos, la particular interpretación del cristianismo hecha por el religioso, impresionó de tal manera a Ramos Mejía, que no tardó en experimentar la imperiosa necesidad de llevarlo a la práctica.



Nació así la idea de internarse en tierras dominadas por los pampas para intentar una acción evangelizadora.
Fundó, entonces, en Diez Lomas, o Kaquel Huincul, la estancia "Miraflores"-ubicada hoy a metros de la Ruta Nacional Nº 2, situada en el viejo Partido de Monsalvo (actualmente Partido de Maipú). Lo acompañaban su mujer, María Antonia Segurola, y su hijo Matías. Tenía 38 años.

Pero ganarse la confianza de los indios no fue tan simple y a su primera actitud- pagar las tierras que ocupó-(un acto de reconocimiento de la propiedad original a sus antiguos pobladores), debió agregar una alta dosis de paciencia, hasta que convencidos de la honestidad de sus intenciones, los propios pampas se encargaron de difundir su fama hasta más allá de la cordillera.

A partír de ese momento la estancia "Miraflores" se convirtió en refugio obligado de un considerable número de naturales y gauchos- criollos alzados, huidos de la autoridad- que todos los sábados por la tarde se congregaban para escuchar sus sermones.
Y no sólo palabras ofrecía Francisco Ramos Mejía. Comida, techo y un trato sorpresivamente humano estaban a disposición de indios y perseguidos. Claro que, también, tenía sus exigencias y había impuesto una forma de vida que no resultaba nada fácil de observar:

-Nadie dentro de los límites de "Miraflores" podía beber, jugar, vivir en concubinato, ni mantener relaciones con más de una mujer".

Lo cierto es que si para sorpresa de muchos la estancia prosperaba sin pausa, resultaba más asombrosa, todavía, la armonía que reinaba en la comunidad.

Pero la experiencia debió disgustar a algunos porque mientras Francisco de Paula Castañeda, sacerdote que había adquirido enorme prestigio como periodista, lo criticaba en sus artículos, Bernardino Rivadavia, ministro del gobernador Martín Rodriguez, lo intimó a que "se abstenga de promover prácticas contrarias a las de la religión del País, y cese de producir escándalos contrarios al buen orden público, al de su casa y familia, y a su reputación personal".

Se dio como resultado de un informe de José Valentín Gómez, un influyente clérigo.
El informe decía que Ramos Mejía no estaba sólo guardando el sábado, sino que había persuadido a otros, incluyendo a los trabajadores de sus campos y a los indígenas que habían buscado su protección, a hacer lo mismo. El hecho de que fuera un laico y se atreviera a entrometerse en asuntos doctrinales desde la perspectiva bíblica, constituyeron argumentos suficientes para que fuera considerado hereje.

Su afinidad con los indios era considerada sospechosa. El Pacto de Miraflores, las "Pautas de convivencia pacífica entre blancos e indios" que Ramos Mejía presentó al gobernador Martín Rodríguez y fueron reconocidas en el Tratado de Miraflores, acordado con 16 caciques, firmado el 12 de Abril de 1820. El mismo constaba de 10 puntos, que eran significativos para la convivencia, era base firme y estable de fraternidad y seguridad recíproca.

Fue violado por el Gobierno y Francisco Ramos Mejía protestó :

“Si los Indios aspiran de hecho y de derecho a la Paz, los Christianos fomentan de hecho y de derecho la guerra. ¿No nos desengañaremos jamás de que ni el sable ni el cañón en nuestras circunstancias, ni las buenas palabras con tan malditas obras, es posible que constituyan ahora la paz entre los hermanos? ¿Será posible darle la salud a la Patria por medio de los prisioneros de la muerte?”.

Su obra no servía a los gobernantes de Buenos Aires, deseosos de obtener territorios a como diera lugar. Más tarde, un malón asoló el norte de la provincia. El gobernador Martín Rodríguez salió en su persecución y con el ejército semisublevado y despechado, regresó y pasó por Miraflores. Culpó a Ramos Mejía de ser el informante de los indios levantados; agregó la acusación de odio contra la Religión. Ordenó un requisamiento y lo detuvo;
Francisco pidió a sus indios que no se resistieran y a Martín Rodríguez, que los dejara en paz.

Un día antes de ser trasladado por la fuerza de su estancia en Maipú, fue separado de un centenar de indios fieles que vivían con él en las inmediaciones de Miraflores.
María Antonia y los niños eran encerrados en una carreta y llevados a Buenos Aires. Francisco Ramos Mejía fue esposado a lomo de caballo.
En el camino de salida de la estancia fue viendo la desolación; entre 80 y 100 indios, incluidos mujeres y niños, habían sido degollados. No se habían resistido. En Buenos Aires fue juzgado y se le dio la estancia de Los Tapiales por cárcel.

Un golpe devastador para Ramos Mejía, que cayó en una depresión irreversible.
Allí vivió sus años finales. Todos sus libros y sus manuscritos fueron quemados.
Muere en 1825 a los 52 años.

El misterio ronda el destino final de sus restos, cuentan que los familiares pidieron autorización a las autoridades para que se permitiera la sepultura en la propia estancia de Los Tapiales y les habría sido denegado. Habiendo transcurridos dos días de velatorio los indios pampas se lo llevaron una noche, probablemente para que descansen en un lugar sagrado para ellos.
El destino final de sus restos, sus descendientes nunca lo conocieron.

Con su muerte, acaecida en 1825 , se dio fin uno de los escasos intentos de integración pacífica de los indios realizados en el territorio argentino.

Dijo el historiador Ángel Verger

"Es que la vida de don Francisco Hermógenes Ramos Mexia es en muchos aspectos apasionante.
Su figura no ha trascendido como la de otros personajes de la historia argentina, tal vez porque su accionar no fue conocido mucho más allá de los límites de la estancia Los Tapiales, ni tampoco ha sido un hombre que acumulase mucho poder. Pero sin duda que su conducta y el respeto con que trató a los indios, dejaron una enseñanza que no es fácil encontrar en el legado de muchos próceres".

El historiador Adolfo Saldías, en su Historia de la Confederación,
plantea que Francisco fue el único estanciero de entonces en comprarle tierras a los indios, permitiéndosele a estos permanecer con sus tolderías en dicho territorio.


LA CHACRA DE LOS TAPIALES

La Chacra de los Tapiales, es una casona del siglo XVII, se conserva en muy buen estado sobre una colina, oculta en el Mercado Central, rodeada de árboles de más de cien años. Esta casona, propiedad de la familia Ramos Mejía desde 1808 hasta 1967, fue testigo de una parte de la historia argentina.

Las paredes son de adobe y ladrillo y las vigas están hechas de troncos de palmeras cortados a mano. A simple vista se ven las irregularidades de los hachazos.Las puertas de una de las entradas a la casona, miden un poco más de 1,80 metro para evitar que los indios que visitaban a los Ramos Mejía entraran a caballo.
En el patio central hay un aljibe de mármol de Carrara y detalles de lujo, como tejas de Marsella, chimenea de mármol de Carrara en el salón principal, piso de roble de Eslavonia y suelo calcáreo traído de España

Declarada Monumento Histórico Nacional el 21 de mayo de 1942.
En sus salas acamparon las tropas de Lavalle después de la batalla de "Puente de Márquez".
Y hasta fueron el escenario de algunos fragmentos de la película "Camila" de María Luisa Bemberg.

En 1987 llega a la Argentina el Papa Juan Pablo II, en esta visita se acerca al Mercado Central -una de las habitaciones de la torre fue preparada como lugar de descanso para su estadía- realizando en él una misa de campaña.

La casona, a la que se accede por la autopista Riccheri, se ubica detrás de las oficinas administrativas del Mercado y es imposible verla porque está en una zona más alta y hace falta subir una pendiente.

Abierto al público gratis para visitar exteriormente los 7 días de la semana en cualquier horario. Para saber horario de las visitas guiadas al interior de la Casona
llamar al Mercado Central al Tel. 11-4480-5658

Datos tomados de "Hombres y Hechos de la Historia Argentina"
y de Internet
Imágenes de Internet



2 comentarios:

CANTO EN FLOR dijo...

Malvados envidiosos!(perdón)

Hola Safiro!

Una vida sin duda llena de amor al prójimo, sobre todo a los antepasados indígenas, mira que quemar todos sus libros, y las tremendas fechorías que cometieron en su contra.

Estoy segura que sus restos descansan en paz, pues su vida fué una vida de paz, honradez y amor al prójimo que se entrega para el bien común.

Un abrazo muy fuerte y agradecido por haberme presentado a tan ilustre personaje.

SUsana dijo...

Safi:
Hermoso ejemplo de vida, y terminó condenado por ser un buen hombre.
La historia se repite. No nos puede extrañar, sucede seguido, el malo en intocable y el bueno un estorbo.
Besos, SUsana