martes, 10 de febrero de 2009

VITO DUMAS-Navegante solitario y romántico

"Voy, en esta época materialista,
a realizar una empresa romántica"



"...Será que siento la necesidad de demostrar que todo no esta perdido,
que aun quedan soñadores, románticos, visionarios? "

Esta es una historia real que mi padre me contaba, de un Loco lindo, un romántico y valiente hombre de mar, que sobreponiéndose a todo, logró una hazaña increíble.

Mientras el mundo estaba en guerra, él unía los puertos y navegaba los mares en soledad, con gran entereza, sacrificio y esperanza.

Ese relato de mi padre me emocionaba, y decidí hacer esta entrada, pido disculpas a los hombres de mar si algún dato no es preciso, traté de buscar en buenas fuentes y dejo algunos enlaces interesantes que encontré para que puedan informarse más.

Espero la disfruten...¡Es una increíble y apasionante hazaña!


El 12 de marzo de 1932 el puerto de Buenos Aires se estremeció largo rato con el aullido de cientos de sirenas.
Era la bienvenida que dispensaba la gente de mar a Vito Dumas, que cuatro meses atrás se había lanzado a cruzar el Atlántico desde Arcachón (Francia) en el LEHG I, un barquichuelo de ocho metros de eslora, 2,15 metros de manga y un solo palo.
La ruidosa recepción marcaba el final de una larga expectativa, por momentos angustiosa, acerca del intrépido navegante solitario, un porteño nacido en el barrio de Palermo el 26 de septiembre de 1900.



Dos años después de aquel triunfal arribo hizo construir en San Isidro un velero de 9,95 metros de eslora y 3,30 de manga, con quilla de hierro y dos mástiles: el LEHG II. Con el realizó algunos viajes por el Delta del Paraná y el Río de la Plata, y en 1937 enfiló rumbo a Río de Janeiro.
Al regreso lo sorprendió un terrible temporal con vientos de 140 kilómetros por hora que hicieron jirones el velamen y obligaron al barquichuelo a dar una vuelta de campana, dejándolo quilla arriba y cubierta abajo.
Narró Vito Dumas:
...pensé que el barco se hundía. algo atontado por el golpe, tuve la sensación de que todo acababa... y sin defensa. Las manos, ensangrentadas, las sentía calientes. Era impotente ante el suceso. Como salir de ese encierro en el que reinaba el mas absoluto desorden? La quilla Hacia arriba, los mástiles hacia abajo y el LEHG II que seria invadido por las aguas... La camareta herméticamente cerrada. Me hallaba en una cárcel sin salida en un ataúd. Me entregue al destino.
Hasta una especie de laxitud me invadió; un no se que de conformidad, de agradecimiento y de respeto a la muerte tantas veces desafiada. Iba llegando, mientras el barco se hundiría. Nació en mi un abandono total. No quedaba una sola
posibilidad de lucha. Sin armas, me resigne blandamente. Se me ocurrió que iba
siendo otra vez niño."

A pesar de la crítica situación, el Lehg II puso recuperar su posición normal.
Narró Dumas-
"Llegaba una esperanza, aunque tardaba mucho. En cuanto fue posible, salté a cubierta. La laxitud fue remplazada por la mayor energía. Fuerzas de todos lados me animaban: de los músculos, del cerebro, de los nervios... venían a raudales, como en bandadas.
Mire el mar y sonreí. Cara a cara nos mirábamos. Ya no estaba en el ataúd. Me encontraba en cubierta. El chinchorro estaría lejos, semihundido. No importaba nada. Podía luchar y con los ojos jubilosos, con el corazón esperanzado, dueño de todas mis facultades y mis fuerzas. Se lo agradecí al barco con toda mi alma, hablándole diciéndole un montón de palabras que el viento huracanado arrastraba. Y en ese recuerdo se afirmó mi fe futura en el LEHG II."



Al entrar, maltrecho, al puerto de Buenos Aires: había atravesado su prueba más difícil.
Como Dumas era sumamente reservado y no solía confiar a nadie sus pensamientos, es difícil establecer el motivo del súbito cambio que después de esa aventura introdujo en su vida: poco después de su regreso vendió el barco, adquirió un tractor y se dedicó a tareas agrícolas.

Pero el mar tiraba más, y al poco tiempo el improvisado agricultor regresó a Buenos Aires; con la ayuda de algunos amigos compró nuevamente el Lehg II y comenzó a prepararse para la gran aventura:
circunnavegar el globo terrestre a la altura del paralelo 40, la temida ruta de los vientos bramadores, afrontando las furias del Atlántico, del Indico y del Pacífico y doblando los tres cabos que separan a esos tres océanos: el de Buena Esperanza, el de Tasmania y el de Hornos. Y todo ello absolutamente solo, sin equipo de radio y en plena guerra mundial: 1942.



Era, a todas luces, una empresa titánica, y su partida del puerto de Buenos Aires, el día 27 de junio, tuvo el marco adecuado; millares de personas vieron perderse en el horizonte el blanco velamen del Lehg II, que llevaba en sus bodegas alimentos para un año de travesía, docenas de cajas de fósforos, agua potable, queroseno para cocinar y alumbrarse, vitaminas e incluso un botiquín completo para primeros auxilios.



El 1° de junio de 1942 Dumas inició oficialmente su viaje desde Montevideo, ya que las autoridades argentinas no le facilitaban la documentación necesaria para realizar travesía tan insólita.
Dumas -
"He iniciado el viaje hacia el continente africano, del que me separan más de cuatro mil millas. Conoceré el terrible efecto de los cuarenta bramadores. Es la
primera vez que un hombre solo se arriesga a navegar en esa latitud.
Que me deparara el mañana? Por de pronto, se que todo mi mundo y mi seguridad
residen en estas maderas que me cobijan"...
"Al mirar ya por popa ese puñado de amigos de tan querida tierra, lloro amargamente. Necesitaba ese llanto. Por mucho tiempo lo había contenido en mi papel de hombre inconmovible.
Ahora soy nada mas que un niño."...
"la noche es negra. No se distinguen señales de vida por ningún lado. Llevo casi cuarenta horas de trabajo continuado. No he probado alimento alguno."

Poco después de dejar el puerto uruguayo fue zarandeado por un pampero que hizo bailar varios días su embarcación, que para colmo sufrió un rumbo en el casco.

Vito Dumas:
"Me llama la atención advertir agua en la sentina . Procuro encender un fósforo para dar luz, pero tengo las manos duras, toscas, y los malgasto uno tras otro. La misma caja, mojada, la arrojo por la borda. No se que ocurre. Será nerviosidad, la falta de practica porque hace unos años que no navego, pero ya estoy en la tercera caja tratando, con un poco mas de tranquilidad, encender un fósforo.

Al fin lo consigo. Un marino debe pensar en sí, recién después de haber hecho todo lo que el barco necesita. Por lo pronto comienzo a desagotar el agua de la sentina, y debo declarar aquí que, desde que navego, jamás use bomba de achique. Siete baldes de agua hecho por el tambucho de la camareta; es la que se ha filtrado desde que salí de Montevideo. ello me llama la atención, pues el Lehg II nunca hizo agua."

"A medianoche quedo consternado al comprobar que el agua ha cubierto el piso de la camareta. Lo mas terrible es que, por efecto de los bandazos, esa agua amenaza echar a perder todo lo que llevo en el interior. Febrilmente me dispongo a la dura lucha de sacarla balde a balde. La tarea se torna penosa. Muchas veces, el balde que esta a medio camino vierte todo el liquido sobre mi persona.

Me encuentro completamente empapado. tengo las manos agrietadas y me duelen. Pienso que algo raro acontece. No es posible que un barco que jamas hizo un balde de agua, en el espacio de unas horas se inunde al extremo de que, si el mal tiempo no me permitiera achicar, me hundiría irremisiblemente. Desesperado, trabajo para que no quede agua alguna en el interior y para descubrir así la filtración. Pero tropiezo con un obstáculo: la mayor parte de la sentina, es decir, debajo del piso, esta completamente obstruida con cerca de quinientas botellas de bebidas.

Con el barco que se mueve furiosamente a impulso del vendaval, tengo que mover la estiba, botella por botella. Después de tan fatigoso esfuerzo descubro que no es allí el desperfecto. Inspecciono desde popa hacia proa, pero aquí están ubicadas las latas de galleta. Se agrava la cosa porque en proa es donde mas se sienten los golpes. El desplazamiento de las latas al ser transportadas a la camareta me producen heridas en las manos y en el cuerpo.

Por fin descubro la filtración. Una tabla, a la altura de la línea de flotación del casco, se encuentra astillada. No es momento de averiguar la causa. Rápidamente me procuro un pedazo de lona, pintura en pasta, masilla y un trozo de madera. Con clavos y un martillo tapono la vía de agua. Es tanto el deseo de hacer rápido la operación, y la lampara que me ilumina se balancea en tal forma, que al quedar en la oscuridad descargo martillazos en mi mano. El trabajo queda provisoriamente bien. El agua filtra, pero en escasa cantidad. Vuelta a colocar las latas en su lugar."

Apenas superado ese trance, una peligrosa infección en el brazo derecho dificultó las tareas de a bordo y lo deprimió mucho; al cabo de unos días, dolorido y devorado por una fiebre abrasadora, trabó el timón y se dejó caer en la cucheta, ya sin fuerzas...



Dumas lo narra de esta manera:
"A las 8 de este día ( 5 de Julio ) me siento enfermo. Tengo una infección en el brazo derecho y abiertas varias heridas en la mano. Comienzo a notarme deprimido. Carezco de voluntad para timonear. Resuelvo quedarme en la cama. El 6 de Julio, el brazo sigue mal. El mar ha calmado por fin. El viento tiene gran intensidad. A las diez establezco la vela de capa, una vela para tormenta más pequeña que la mayor que he usado hasta ahora. Este trabajo, ya de por si dificultoso en una cubierta que se zarandea, ha sido agotador porque mi brazo derecho esta casi inutilizado por la infección, que empieza a preocuparme."

"Tengo las manos vendadas y cada maniobra, cada tarea impuesta por el trajín de a bordo, me produce dolores intensos. El camino es largo y no he dejado de pedir a Dios que me guíe"
"La mano y el brazo derecho se hinchan más y más impidiéndome todo movimiento. El dolor se acentúa y la fiebre aumenta. Al anochecer resuelvo darme una inyección antipiógena. Transcurre la noche postrado sobre la cucheta, aquejado de dolores y con fiebre en aumento"
" Decido aplicarme otra inyección antipiógena. Esterilizo la aguja y logro introducirme un centímetro cubico de remedio. La tarea tiene que ser realizada con la mano izquierda, la que es muy torpe para esas delicadas operaciones." ... "

Al día siguiente me aplico la tercera inyección. El brazo tiene un diámetro alarmante y la fiebre no baja de los 40º. Me pongo a cavilar acerca de las funestas consecuencias que sobrevendrán si no resuelvo hacer algo mas definitivo. El mal no cede. Con la fiebre que atormenta, el dolor terrible que no deja ni dormir, la situación no puede prolongarse. Es absolutamente necesario tomar una decisión. Esa noche seria la ultima con el brazo en tal estado. A tierra no hay tiempo de llegar. Si a la mañana siguiente el mal no evoluciona favorablemente, habrá que amputar el brazo inútil, que llevo a la rastra y del que emana ya un olor a descomposición. Se muere y me lleva consigo en su camino; ello significa una septicemia. No puedo permitirlo sin antes jugar la ultima carta.

Drena por varias bocas abiertas en la mano, pero no consigo localizar el foco infeccioso en esa masa informe. Un hachazo, la navaja marinera, será a la altura del codo o del hombro, pero en algún lugar se procederá a la amputación. Pienso en las escasas herramientas de que dispongo para la intervención. Ya no interesan ni el barco, ni la ruta, ni el viaje. Débil, afiebrado, dolorido, angustiado hasta lo indecible, cualquier movimiento impuesto por ese zarandeo interminable contribuye a que el dolor se intensifique. Las horas van rodando en esa larga noche, que la quiero dormir, acaso para siempre. Los elementos de medicina que llevo son insuficientes. Lo tengo bien comprobado en este triste caso.

Como ultima posibilidad queda la amputación, pero... bastara?... No era definitivo entregarle un brazo a la muerte, pero... no sobrevendrán nuevas complicaciones?... En esa larga e inolvidable noche surge del fondo del ser, de lo mas escondido, una esperanza hecha ruego religioso. Me remito a Santa Teresita. Le solicito me ayude, y caigo inconsciente, no se por cuanto tiempo...

En la madrugada del 12 de Julio, alrededor de las dos, me desperté. La colchoneta estaba mojada. Supuse que una ola rota en cubierta había penetrado por los ojos de buey. Pero sabia que estos se hallaban herméticamente cerrados. Al moverme, sentí mi brazo mas liviano. La alegría no encontró limites. En la mitad del antebrazo se había abierto una enorme boca de ocho centímetros de diámetro y por allí drenaba abundantemente. Pretendí con el punzón de la navaja marinera extirpar la raíz del mal. La escena era macabra a la luz mortecina del farol que se balanceaba. Mi debilidad y la vista impresionada ante el estado del brazo no pudieron resistir. Resolví aplicar una compresa de algodón impregnada en óleo calcáreo. Luego aplique la cuarta inyección antipiógena".

Pero la suerte se puso entonces de su lado y cuatro jornadas después el mal comenzó a ceder.

Dumas -
"Ese día, como para asociarse a mi mejoría, apareció el sol. El viento rolo al sur y comencé , instintivamente , a colocar las cosas en orden: limpie la miel que había quedado esparcida y desinfecte la colchoneta, todo con un brazo solo. El futuro aparecía más sonriente. Renovaba las compresas, me iba alimentando, el cuerpo reaccionaba.

El 13 de Julio tome de nuevo el timón, que durante varios días no sostenía en mi mano sino por breves momentos."
"Al día siguiente ( 15 de Julio ) y bien temprano voy al timón, hasta que a mitad de la jornada, ya en mejores condiciones el brazo, puedo realizar la tarea de situarme, cálculo que arroja lo siguiente: Latitud, 36º sur; Longitud, 41º,50'' oeste; vale decir que he recorrido setecientas veinte millas al este de Montevideo. Todavía me hallo en la zona de veinticuatro días de temporal al mes como promedio.

Por la tarde achico y para recobrarme un tanto de esa tarea me siento en la bancada de la camareta a contemplar, como una novedad, ese mundo que me rodea. Me siento feliz por primera vez desde que zarpe."
"Las horas transcurren con esa tranquilidad que le reporta a uno estar ya mas hecho al escenario. La mente vaga sin poder fijarse en cosa alguna."
" Aun el mismo recuerdo de la madre cuesta retenerlo unos segundos. Es tan extraño todo. No obstante, la vida abordo esta como reglamentada. A la noche arrío, duermo; a la mañana reanudo el trabajo, fijando la ruta."

"Culmina el temporal el día 24, en que llega a la máxima potencia el viento del oeste, hasta soplar a ciento cuarenta kilómetros por hora . Miro hacia popa, esperando que sea el chubasco final. La esperanza me acompaña desde hace más de treinta horas en que me encuentro al timón. Pero se renueva el chubasco que considere el ultimo. Una misma canción tarareo en esas treinta largas horas. Es una brevísima melodía que repito como se repiten las olas. Establezco un desafío: veremos quien se aburre primero, el tiempo o yo. Cada ola que me alcanza cae sin piedad sobre esta mi pobre persona, ya calada hasta los huesos. La ola que me golpea hace que el agua resbale sobre mí, se escurra hasta la mano, en donde brota la sangre, y forme como un pequeño remanso rojizo en el regazo de mi traje de aguas.

Siguen mis labios emitiendo la tonada. Aunque apretados por la rabia, las notas salen igual al espacio y el viento las arrastra. Las olas han pasado de los dieciséis metros y llegan sin tregua. Desde la cresta me envían a lo hondo del precipicio. La noche es infernal. Por momentos, la borrasca lo cubre todo en tinieblas siniestras. En la oscuridad es necesario presentir la ola que llega y calzar la popa del barco con maniobra violenta de timón, para ser de nuevo arrastrado. El juego se repite hasta el cansancio. A media noche, harto de todo y aprovechando un breve reclamón, dejo al Lehg II capear solo la tempestad y gano la camareta. La canción ha cesado. Se aburrió ella primero que el temporal. Me tiro en el piso de la camareta. Me encuentro mojado, dolorido de los golpes. Las manos, endurecidas de frío, ya no sangran. También ellas están como aburridas, y paso así la noche sobresaltado."

"A dos cosas he debido acostumbrarme aunque no me ocasionen ninguna gracia: al achique de la sentina cada doce horas y a esos malditos chubascos. Agregando el timonear y las infaltables curaciones, determinan que el pensar en hacerme la comida signifique un trabajo superfluo, que considero innecesario, y que me tire más de una vez en cualquier rincón a descansar No he visto un solo barco desde mi partida. La soledad más completa reina alrededor de mi en el Atlántico. Solamente la interrumpen algunos albatros y un pájaro más pequeño con hermosos dibujos blancos bajo las ala; es la paloma del Cabo, llamada también "damero". Es lo único que puedo tener ante la vista en las largas horas al timón."

"El día 13 de Agosto, a las dos de la madrugada, cruzo el meridiano de Greenwich para comenzar a contar las horas del este. Pensar cuantas cosas iban a acaecer antes de retomar la longitud oeste. Entraba francamente allí, en la longitud este, desconocida para mi. Me daba la sensación de penetrar como un extraño. Desde ese momento en adelante debía contar de nuevo las horas."
"Imaginar que faltaba parte de este Atlántico sur, el desolado e inmenso océano Indico, parte del llamado mar de Tasmania y todo el largo trecho del pacifico. Faltaba mucho, mucho, pero ya había entrado en una nueva longitud, ya llegaban hasta mi indicios de vida humana que me impulsarían a consignar en mi diario: <>

"Pocas emociones me quedaban: la de haber encontrado la vía de agua, salvado el barco en ese momento y aquel milagro de la mejora de mi brazo luego de fervoroso ruego a Santa Teresita."
" Hoy 14 de Agosto, he rebasado mi mayor permanencia solo en alta mar. En el cruce del Atlántico en 1932, desde Canarias a la costa de Brasil, permanecí cuarenta y cinco días. Ahora llevo uno más. Estoy contento, sin detenerme a suponer que esta sería la más corta de todas las travesías por la "ruta imposible"-."

"Me encuentro a doscientas diez millas de mi punto de destino, fin de la primera etapa."
"Los ojos están hambrientos de ver tierra. Quieren saliese de las órbitas. Son las cuatro de la tarde, y una cantidad enorme de aves, de las que no se alejan mucho de la costa, revolotean. Se hace sentir mucho el enorme oleaje del cabo llamado antiguamente- "de las tormentas"-. En un fondo gris plomo he logrado percibir, por el lado nordeste, una sombra algo más pronunciada. Persisto en la observación, y a poco reconozco la montaña: La Tabla."

"Tierra, van cincuenta y cinco días que no la veo. Se ha realizado el milagro. Es verdad, la montaña crece ante mis ojos ávidos, se diseña; pero los celajes aumentan y pronto cubrirán ese punto de referencia; me sitúo tomando dos marcaciones. Ya puedo estar tranquilo. Mi recalada, a cualquier hora que se produzca, será segura. Mi precaución es providencial, pues, a poco rato, la tierra desaparece y ya no la veré hasta la noche."

A los 55 días de su partida llegó a ciudad del Cabo, en el extremo sur de Africa,



"A mi través brota gran cantidad de luces. Tiene algo de la bahía de Río de Janeiro. Poco a poco me van llegando hasta el rumor del transito, y a medida que me acerco, el viento y el mar calman."
"Los jóvenes que llegan en la lancha de la capitanía me saludan cordialmente y me acompañan al interior del puerto, donde atraco al lado de un enorme barco que esta en reparaciones. Saltan a mi bordo y ayudan a arriar el velamen. La trinquetilla hace cincuenta y cinco días que esta izada. Ya no experimento ningún cansancio. Son las diez de la noche."

"Media hora mas tarde, me parece un sueño. El Lehg II no se mueve. Y más de diez personas en su interior festejan el éxito bebiendo caña traída del otro lado del Atlántico."... "

"A las tres de la mañana, los amigos se despiden balanceándose en el quieto Lehg II. quedo solo y dispuesto a gustar de esa tranquilidad, que no es completa. Transcurrirán muchas noches todavía, en las que saldré desesperado a cubierta para convencerme de que, en realidad, estoy en puerto"



Llegó a Ciudad del cabo el 24 de Agosto y permanecerá en ese puerto hasta el Lunes 14 de Septiembre de 1942.

Qué extraños esos primeros pasos ! Qué indecisión ! Me parece que la tierra se balancea. Pero no; allá está el barco fondeado: mi querido Lehg II. Trabajo cuesta pensar que ha surcado ese enorme mar y que ahora se mece dulcemente en abrigadas aguas”
Emprende el cruce del Indico

“Afuera la luna se reflejaba contra el mar siguiendo una línea hacia el oeste, como señalando mi lejano hogar. Era un llamado, un aviso, un despertar. El camino de la luz... No sé qué simbolismo plasmase en esos momentos. Allá estaba el oeste, allá tendría que llegar. Y si no llegaba a ese lugar, tampoco llegaría a sitio alguno. O aquello, o nada. Ni esa armonía de la noche caída sobre la blanca playa, ni ese confort que se me había brindado tan generosamente como un remanso en donde aquietar mi espíritu, nada podía detenerme. Había salido de Buenos Aires en dirección al nacimiento del sol...; ahora la Luna me indicaba esa partida y parecía exigir un regreso. Era llegado el momento. Dije " hasta mañana". Y fue "siempre" .”

“Lunes 14 de Septiembre. El Lehg II aguarda”, “Ha llegado otra vez el instante de la partida. Los minutos vuelan. Voy izando rápidamente todo el paño. Interrumpo la tarea para saludar al cónsul de Portugal, luego al de España y a un representante del “Royal Club” de Capetown, cuyos miembros en su mayoría están alistados en el ejercito”

“El grito de ¡Cherio... Cherio... Cherio...!, el saludo que lleva consigo un buen augurio, se va repitiendo desde tierra, en donde los amigos, obreros, marineros y empleados lo emiten con verdadero cariño. Sigo un bordo para alejarme aun más de la parte del puerto donde el viento es débil y encontrar uno más fuerte y ya libre de obstáculos, a fin de virar y serme posible tomar alta mar”.

Durante 104 días el mundo no tuvo noticias suyas, pero, a pesar de que se lo dió por muerto o por perdido en infinidad de veces, Dumas ganó la batalla.
Su pericia y su increíble resistencia física le permitieron vencer las terribles borrascas del Indico, que castigaron el Lehg II por días y noches enteros, con olas hasta de 18 metros de altura y vientos de más de 100 kilómetros por hora.

De su diario de viaje y en su libro "Los 40 bramadores"
dice Dumas:
"Poco más de 10 millas he podido cubrir en estas primeras veinticuatro horas. A la tarde una engañosa brisa me hace entrever la posibilidad de doblar el cabo de Buena Esperanza a medianoche, del que solo me separan veinte millas. Después de pasar Houtbay quedo encalmado frente al faro Slang Kop, lo que me tiene sobresaltado toda la noche por los barcos que transitan. Las enormes moles de acero pasan sin luz. Solo anuncia su proximidad el ruido de las maquinas que las impulsan. Llega hasta mí el sonido armonioso de las aves marinas cercanas a la costa, confundidos con otros rumores de ese inmenso continente que es África. En tierra titilan luces, en lo alto, una orgía de estrellas; eso suple con creces mi orfandad. Me invade una especie de laxitud ante ese espectáculo de ensoñación. El Lehg II apenas deja un surco luminoso en el mar.”
"Son las 10 de la mañana de ese día 16 y el cabo de Buena Esperanza es doblado. Se cierra así la etapa del Atlántico y penetro en el océano Indico, En la “ruta imposible”. Nadie, nadie hasta ahora se ha aventurado por las desoladas regiones que voy a navegar."


Dumas con la ropa hecha jirones

"He pasado en el Atlántico días terribles: quizás esto me brinda cierta seguridad frente a lo que vendrá, pero la realidad de lo que aguarda, la terrible realidad, superara todo lo que haya sufrido en mi vida de marino, Será más dolorosa, más angustiosa, más incierta que la breve pasada en el golfo de Gascuña en aquel crucero de 1932."

"Este pobre corazón mío, ¿Como pudo haberse sobrepuesto a tanta amargura, a tanto espanto, si es de la misma constitución de esa gente tranquila, normal y común que ahora me rodea? ¿Como pudo el cerebro desviarse de la locura y mantener el equilibrio necesario para poder razonar, para serle factible tomar distancias, efectuar cálculos, concebir planes, en ese infierno que nunca más en mi vida volveré a cruzar? Si porque nunca más ! Nadie podrá pedirme eso otra vez. Nadie, nadie. No volveré jamas. Ni el tiempo será capaz de hacerme olvidar lo sufrido. No lo olvidare nunca. Nadie podrá solicitarme otro esfuerzo semejante. Y al mirar por ultima vez lo que quedaba allá en popa, al transponer la línea imaginaria entre el mar de Tansmania y ese Indico, una especie de escalofrío invadió todo mi ser”

“Salgo a reanudar mi guardia al timón y compruebo que el viento ha calmado. Las nubes son bajas. De pronto, el espanto. A mil metros, por el norte, se acercan tres trombas marinas. Las nubes bullen como hirviendo en un caldero colosal. Calculo en cerca de cien metros de diámetro cada tromba. Giran furiosamente, succionando el agua. No se sabe a ciencia cierta si se elevan hasta donde se encuentra el macizo de nubes. El espectáculo es aterrador, pero a la vez, de una trágica hermosura. Se trasladan rápidamente hacia mí. Virando, procuro zafarme. La maniobra es lenta por el poco viento. Los minutos, los segundos, resultan angustiosos. Por fortuna, pasan a quinientos metros del Lehg II. Siento una indecible sensación de alivio. La muerte me ha rozado”.

“Va llegando la noche y no puedo abandonar ni por un momento el gobierno del barco. Navego sin luces y siempre manteniendo todo el trapo. El tiempo es de temporal. La noche está como boca de lobo. El barómetro baja, y me parece que todavía no ha llegado el vendaval a la máxima potencia”.

“Ha llegado la medianoche cuando, de repente, el viento cesa de soplar y, antes de que pueda darme cuenta, el temporal del sur está encima”.

“Hace muchas horas que no duermo . En realidad, desde que salí no he podido hacerlo. A las tres de la madrugada del día 17, no pudiendo resistir más el sueño, me decido a descansar con ese mar endiablado y arrío la vela mayor”.

“El día 26 de Septiembre me encuentro en los 36º49’ de latitud sur y 40º30’ de longitud este. Hoy es el aniversario de mi natalicio. Cumplo cuarenta y dos años. Tengo que festejarlo. Me brindo un gran banquete. Comienza con el infaltable chocolate de desayuno; a la noche, una suculenta sopa de harina de legumbres, dulces, bombones y otras golosinas, culminadas con champán.”

“Me encuentro a 1100 millas de Capetown el 28 de septiembre. En 14 días desde mi salida, y luego de aquellas calmas iniciales, he avanzado satisfactoriamente . No he tenido tiempo de aburrirme. La gente , muchas veces, me ha preguntado como se llenan los días en esas largas cruzadas, pero no conciben que se pueda vivir sin el aliciente de una distracción teatral o cinematográfica y sin la fundamental: la que brindan los semejantes. Recuerdo que, al respecto, se dijo que es hermosa la soledad cuando se la puede comunicar a alguien. Pero esos mares dan motivo de distracción a quien ama la naturaleza, al que es capaz de comprenderla.”

“He leído que tres cosas no aburren: la nube que pasa, el fuego de llama y el agua que corre. Pero hay muchas, y la más importante de todas: el trabajo. El hombre que esta bastándose a si mismo adquiere un estado especial que el lector podrá deducir en el curso del presente relato”

“Prosigue el zarandeo. Una gran ola rompe con fuerza sobre cubierta a babor. El agua gana el interior, y la que anega la timonera se filtra por sobre la cubeta de cinc del piso de la sentina. Trabajo imprevisto que sorprende a cada instante. Lo realizo y voy al timón. Llueve. El tiempo es sucio. Las horas pasan. El agua que viene del cielo se estrella sobre la vela mesana y luego cae gota a gota sobre mi encerado. A veces remolinea siguiendo las rachas del viento y castiga mi cara de lleno aunque me encuentre al reparo de una lona a guisa de chubasquera. La vista se enturbia y dejo de ver por instantes las olas que cruzan por la proa al Lehg II, que lucha abriéndose paso hacia el sudeste.”

“El Lehg II navega en un infierno que ruge. El océano, pese a ese rugir, esta majestuoso. Las olas se elevan como murallas y se abalanzan después a gran velocidad. Superan los quince metros. Cuando me encuentro en el fondo de una de ellas, trabajo me cuesta creer que el barco pueda remontarse y no sea arrastrado a los tres mil metros de profundidad.”

“Ya paso los cuarenta días de navegación desde la partida de Capetown. El frío es intenso. Mi ropa esta imposible. Durante todo el tiempo trato por diferentes medios de hallar la forma de que el barco pueda mantenerse solo en su ruta, pero únicamente me es dado lógralo luego de la medianoche”

“Mi comida va de acuerdo a mis provisiones. El arroz es mezclado unas veces con almejas y otras con arvejas. La falta de calorías se hace sentir al promediar la tarde, por las continuas olas que rompen sobre mi y que me obligan a tomar ron o aguardiente, líquidos que bebo como si fueran simplemente agua.”

10 de Noviembre
“El barómetro, que oscilaba en los 770º, comienza a descender desde el mediodía. Al transcurrir las horas , lo que yo suponía uno de los descensos normales se torna en una grave preocupación. A la llegada de la noche está en 760º. El viento ha rondado al norte y aumenta en intensidad. El barómetro continua su baja, y transcurre una noche más llena de preocupaciones. Por el ojo de buey se cuela la claridad de un nuevo día. Despacio, como con desgano, voy metiendo ropa sobre esta pobre materia mía que no se como con tanto golpe y sufrir hasta hambre todavía se mantiene en pie. Una bolsa y pedazos de papel de diario van formando el relleno. La carne, al contacto con otra cosa fría que no es el agua del mar, ya entibiada contra el cuerpo, se estremece. Afuera llama la tempestad. ¿Qué importa lo que sienta la carne? Los dedos, ya maestros, no tendrán sensibilidad mayor, pero se prenden como garfios.”

“Escapo a ver el barómetro. Está en 755º y continua bajando. Voy a salir a luchar con lo que considero decisivo, pues el barómetro nunca ha bajado a ese extremo, y conozco que lo que viene es un ciclón infernal, en cuyo centro va penetrando el Lehg II; en ese instante y al mirar mi camareta pensando en lo que podría acontecer, emito un ruego callado a Santa Teresita. Me incorporo. Una nueva mirada a todo lo que me rodea, a esos amigos mudos, a esos compañeros que son mis cosas, mi mundo. A mitad de camino rumbo a la timonera toco con los nudillos el barómetro. Ha bajado a 752º. Afuera , el cuadro es realmente impresiónente. Las nubes parecen humo negro y abarcan el ambiente en forma dramática. Una enorme ola sacude el barco violentamente y advierto, por el ruido, que hace estragos en el interior. Al zafar de esa ola atisbo la camareta. El botiquín, pese a estar amarrado, había sido despedido hacia la otra banda. Se mezclan frascos rotos con las colchonetas y trozos de cabos, en el más espantoso desorden. Primero había sido la vida; luego, al constatar que todavía el corazón late, uno se lamenta de cosas secundarias y se apena de esos frascos rotos, de todo lo que en el primer instante no contaba. Me normalizo dentro de mi mismo. Fue un milagro. El tiempo sigue malísimo, pero el primer choque ha pasado. El instante definitivo, ese sin termino medio en el cual se vive o se muere, ha dejado ese saldo. No me quejo. Puedo seguir luchando, y a medianoche arrío la vela de capa. Bajo a mi camareta para procurarme un bien merecido descanso. Una batalla más tengo ganada.”

“El 13 de Noviembre estoy a solo ciento treinta millas de la costa sudoeste de Australia. Casi la misma distancia que separa a Buenos Aires de Montevideo. Pero sólo en un caso extremo, verdaderamente extremo, desviaría mi ruta en procura de puerto. Tengo decidido, desde que abandone Capetown, llegar en una sola etapa a Nueva Zelandia”


“Me encuentro muy próximo al meridiano que significa los antípodas de mi lejana patria; vale decir que aún falta la otra mitad del mundo. No puedo con certeza asegurar si las presentes líneas serán leídas o no en le futuro. Luego, mañana, quizá dentro de un instante, pueda sobrevenir la quietud definitiva mía y de mi valiente barco. Pero, de pretender grabar por escrito el presente momento, no encuentro en realidad su medida.”

“Es menester que los nervios estén o bien muy normales o adormecidos para mantenerse sin sufrir un grave trastorno mental. La enorme quietud implica diez días de absoluta calma, donde el oído no percibe sonido alguno, ni un tenue eco.”

“A las cuatro de la mañana del día 24 me sorprende la inclinación pronunciada del barco. El visitante está afuera. Salgo presto, porque el barco ha sentido la racha y se encuentra cruzado a la marejada. Sopla con fuerza el viento. Doy camino al Lehg II y advierto que el primer golpe ha roto la escota del foque. El barco va con todo el trapo, porque me he decidido a aventurarme un poco en ese juego. Estoy algo curtido por los temporales y ciclones del océano Indico y arriesgo aunque el viento sople arriba de los 100 kilómetros por hora, pues estoy resuelto a zafar del problema que significa el sur de Tasmania. Quiero recobrar a toda costa el tiempo perdido. El temporal puedo compararlo, por lo que noto, al Pampero, que me es tan familiar. En la noche de ese día dejo que el barco prosiga solo su ruta con todo el paño. El viento es del sur. Con las primeras luces y con el viento, que por momentos sopla en rachas de más de 100 kilómetros de velocidad, voy a trabajar al extremo del botalón para reemplazar el cabo que cobra el zuncho del foque, con encerado puesto y dos navajas especiales marineras sostenidas por un chicote o rabiza en forma tal, que al menor movimiento caen en la mano. Debiera pensar en las dificultades que debo vencer para afrontar este trabajo, considerado imposible de efectuar, porque cada momento estoy dentro del mar; pero la necesidad es más exigente que las deducciones. Hay que comprender que solo una drapeada del tormentín hace saltar en pedazos el guardacabo; otra sacudida rompe un cabo nuevo de pulgada de mena. Tengo que cuidarme de dos enemigos: por un lado, el mar; por el otro, las sacudidas peligrosas que da el tormentín y que tengo cazado solamente por un cabo. Si llega a romperse, difícilmente lo podría dominar en la posición en que estoy trabajando y me produciría heridas gravisimas.

Me tomo un descanso. de lo alto de una ola he podido ver, a estribor, que está retozando un cachorro de ballena vigilado por la madre. Por fin consigo dar termino al trabajo, y al poner, en una escapada que hago a la camareta, nuevos diarios entre la carne y la ropa mojada, compruebo que tengo el cuerpo cruzado por manchas rojas. Mis manos se encuentran ensangrentadas. Pero el trabajo está realizado.”

“El 30 de Noviembre me encuentro a solo seiscientas millas al este de Melbourne. Comienzo a utilizar agua de mar para las comidas, a fin de ahorrar la poca dulce que me queda.”

“El día 13 de Diciembre, por la mañana, se produce una pequeña transición en la tempestad. El barómetro ha bajado a 763º “

“Me encuentro encerrado en una atmósfera que envuelve el mar y el cielo desde un color violeta claro hasta el negro profundo. Se viene un ciclón. No tengo voluntad, ni fuerzas quizá, para arriar la mayor. Dejo al Lehg II con todo el trapo. El barómetro baja a 760º, y la primera sacudida del vendaval hace conmover al barco en forma tal, que parece que el palo se habrá de venir abajo. Vigilo con ansiedad, temiendo que se produzca algún estrago en mi velamen.

El viento sobrepasa los 130 kilómetros de velocidad. En el andar de las olas muere también la esperanza de que amaine. y en adelante estaré zarandeado de continuo por la tempestad. Una enorme ola que sobrepasa los 18 metros de altura, común en la zona durante los ciclones, rompe sobre el barco y me sumerge, inundando la timonera.

Aparezco lentamente entre un colchón de espuma. El agua corre por los imbornales. Siento una debilidad extrema. Apenas puedo quedarme en pie y, sin embargo, a la fuerza tengo que achicar agua. Me molesta el desgarramiento muscular.”

“Las noches son cortas, tan solo de cinco a seis horas de oscuridad. Siento un dolor intenso en la boca. A aquella insinuación del beriberi combatido por las vitaminas se ha sucedido un malestar en las encías, lo que me produce un dolor intensísimo cada vez que pretendo masticar la dura galleta."

"El 16 de Diciembre, mi situación es 46º39 sur y 160º este. Me encuentro a escasamente a 260 millas del cabo Providence, pero como mi intención es recalar en Wellington, deberé recorrer todavía cerca de 800 millas. Mi encerado ha sido repasado en sus costuras tantas veces, que ya poca utilidad me presta.”

“El 24 de Diciembre, víspera de Navidad, a las cuatro de la tarde y recién solo 500 metros escasos, por entre la calima, la que los marinos llaman , aparece la escarpada costa. Es la parte norte de la isla sur de nueva Zelanda. Lo que tengo a mi proa es el cabo Farewell."

"Llevo 101 días de navegación! La tierra ha surgido frente a mi proa. He sufrido un pequeño error de solo 400 metros. Es realmente estupendo. No puedo menos que felicitarme.”

"El tiempo pasa más pronto que la velocidad del barco y si ayer no me preocupaba que la recalada se postergara, ahora siento la imperiosa necesidad de llegar. Me encuentro tan agotado y maltrecho, que ya sueño en el descanso que quizá me sea concedido esta noche."

"Recién el 27 de Diciembre puedo aproximarme a la costa" "El fuerte viento me impulsa a gran velocidad con todo mi trapo dentro del canal. Al enfrentar Worser, orzo con el Lehg II y atraco así al barco que esta de control. Presento mis documentos. Sus tripulantes quedan sorprendidos. _ ¿De donde viene usted? _ es la pregunta. Cuesta trabajo recordarlo. Casi se me había olvidado. No se si decir América, o Sudáfrica, o Capetown. Me decido por esto ultimo. Es más conocido para ellos. Me miran extrañados. No saben si hablan con un cuerdo o un loco. Las voces me son raras. Se mueven los labios, pero me parece que hablan otros."

"Fue entonces cuando, estando mi compañero bien ubicado, pude pensar en mi. Es difícil creer que uno puede normalizarse en tan escaso tiempo, pues todo lo que se me presentaba, los pequeños incidentes del día, eran vividos por mi con gran intensidad. Recién cuando baje a tierra con mi ropa de calle por primera vez y en el preciso instante en que una señorita me pedía un autógrafo, al dirigir la vista por un momento a mi barco , que pocos metros más allá descansaba, recién entonces capte la realidad."

Así completa la segunda etapa de su viaje:
Había navegado durante más de tres meses recorriendo 7400 millas marinas y atravesando el nudo de los monzones. Estos 104 desde Capetown a Wellington, le dejarían marcas imborrables no solo en el marino, sino profundamente en el hombre

"Se había cumplido una parte importante de la ruta. Por primera vez en el mundo y en la historia, un hombre solo había realizado el sobrehumano esfuerzo de recorrer la astronómica distancia de 7400 millas que separan Sudáfrica de Nueva Zelanda. Y la primera vez también que un hombre solo había podido resistir la soledad de 104 días en alta mar, soledad plagada de contratiempos, de desesperanzas, que eran suplantadas por renovadas esperanzas. Este pobre corazón mío, ¿Como pudo haberse sobrepuesto a tanta amargura, a tanto espanto, si es de la misma constitución de esa gente tranquila, normal y común que ahora me rodea? ¿Como pudo el cerebro desviarse de la locura y mantener el equilibrio necesario para poder razonar, para serle factible tomar distancias, efectuar cálculos, concebir planes, en ese infierno que nunca más en mi vida volveré a cruzar?

Si porque nunca más! Nadie podrá pedirme eso otra vez. Nadie, nadie. No volveré jamas. Ni el tiempo será capaz de hacerme olvidar lo sufrido. No lo olvidare nunca. Nadie podrá solicitarme otro esfuerzo semejante. Y al mirar por última vez lo que quedaba allá en popa, al transponer la línea imaginaria entre el mar de Tansmania y ese Indico, una especie de escalofrío invadió todo mi ser."

De Wellington a Valparaíso la travesía fue menos agitada, como si el tercer océano que cruzaba quisiera hacer honor a su nombre: a la furia de los temporales sucedieron tranquilas jornadas de mar calmo y brisa suave bajo el azul intenso de la inmensidad;

al cabo de 72 días y 5200 millas de navegación avistó Valparaíso, donde su embarcación fue llevada a tierra para reparala:
aun le faltaba doblar el Cabo de Hornos, secular escenario de centenares de naufragios.

Cuando zarpó, Dumas llevaba ya once meses de viaje y el invierno estaba avanzando.
Sus rigores se hacían sentir aun másen las soledades australes, donde el viento aullaba al cortarse contra los témpanos, silenciosas moles que contemplarona al marino y su cáscara de nuez internarse en el corazón de las tormentas.

El 25 de Junio Dumas dejó atrás el Cabo de Hornos y entró por fin en el Atlántico.
Doce días después recaló en Mar del Plata, luego en Montevideo-meta oficial de su periplo-, y el 7 de agosto de 1943 a las 10 de la mañana amarró el Lehg II en el mismo sitio donde había fondedo el día de su partida.



Culminaba así una de las grandes hazañas naúticas de todos los tiempos, y su protagonista contemplaba a la muchedumbre que le brindaba un recibimiento apoteótico,
con la misma sonrisa cordial y el mismo aire retraído con que más de un año atrás había explicado:

"Voy, en esta época materialista,
a realizar una empresa romántica".





Vito Dumas, nació el 26 de septiembre de 1900 en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Gran navegante y deportista, practicó natación, boxeo, atletismo.
Primer navegante solitario en recibir The Slocum award.

Escribió los siguientes libros:
"Solo, rumbo a la Cruz del Sur",
"Los cuarenta bramadores",
"El crucero de lo imprevisto",
"Mis Viajes".

-ABRIL Y ANA QUIEREN SABER MÁS...

algo más encontré:

En septiembre de 1945, Dumas, fiel a su temperamento y con su inseparable "Lehg II", decide emprender una travesía más, navegar hacia el Norte, destino: Nueva York, su libro lleva el titulo de su viaje, "El crucero de lo imprevisto", Buenos Aires – Montevideo - Punta del Este - Río de Janeiro - La Habana - Nueva York – Caerá – Montevideo - Buenos Aires. No pudiendo recalar en el puerto de Nueva York, ni tampoco y a pesar de ser avistadas Azores, Madeira, Canarias, e Islas del Cabo Verde, concretando de esta forma el doble cruce del Atlántico recorriendo 17.045 millas en 234 días.

Posteriormente, se traza otro objetivo no menos desafiante: unir los puertos de Buenos Aires y Nueva York, en una sola escala, 7.100 millas, 117 días, proeza que logra en 1955 con su nuevo barco, el "Sirio", una embarcación más pequeña aún que el Lehg II. Fallece el 28 de marzo de 1965, víctima de un derrame cerebral.



En estos enlaces pueden encontrar material y fotografías de este viaje

BUENOS AIRES - CIUDAD DEL CABO - 1942

DE CIUDAD DEL CABO A NUEVA ZELANDA (1942)

NUEVA ZELANDA - VALPARAISO - 1942

VALPARAISO - BUENOS AIRES - (1943)


6 comentarios:

Oso conocido dijo...

Qué decir, qué decir Irma????

Hice todo el recorrido
junto a él.

Sin dudas es fantástica la historia!
No la conocía así
en profundidad
como acabo de leerla.
Por momentos
sufrí mucho por todas las peripecias que acontecían

Esto me emocionó:
"Voy, en esta época materialista,
a realizar una empresa romántica".

Te felicito Irma por el trabajo espectacular que has hecho!

Te dejo un abrazo...de Oso!

La Turca y sus viajes dijo...

Hola!!!!!!!

Viajar, viajar es lo más hermoso que nos vamos a llevar............ es mi teoría, jijiji.

Un besote y otro abrazo de oso.

Umma1 dijo...

Genial irma.

Fue como ler otra vez, las viejas historias de la infancia, esas de navegantes, que ponín los pelos de punta.

Pero además, me abre muchos interrogantes, acerca de Vito Dumas, cuya biografía, aparte de lo que leí en tu blog, desconozco.

esta frase que repite:

"en ese infierno que nunca más en mi vida volveré a cruzar? Si porque nunca más ! Nadie podrá pedirme eso otra vez. Nadie, nadie."

Quien lo arrrastró a semejante aventura en solitario? Qué deber moral, que promesa, que deseo ajeno, lo condenó a una odisea semejante?


Bravo por este trabajo.

Umma1 dijo...

Comenté tu post, con todos los que me crucé en estos días.

Me encantaría saber como continuó su vida, después de su retorno.

Me enganchaste con el tema ;)

Un beso.

Abril Lech dijo...

Una historia para ser llevada al cine!
Había pasado antes sin el tiempo de detenerme a leer. esta vez pude disfrutar. Y como Ana me quedo pensando, ¿cómo hizo luego para seguir viviendo como alguien más? ¿Qué habrá sido luego de su vida?

Besos!!!

PIZARR dijo...

!! SAFIRO !! POR DIOS SANTO...

Vas a ser la culpable de que mi hija hoy no cene...

A partir de hoy cuando entre en este blog, lo primera rtastrearé als dimensiones de la historia para acoplar su lectura a un momento en el que disponga del tiempo preciso, proque soy incapaz de empezar a leer tus crónicas y dejarlas a medias.

Menuda historia, menudas agallas las del tal Dumas, el apartado de la infección de su brazo es alucinante.

He disfrutado mucho Irma. Gracias como siempre.

UN BESAZO