Luis Agote
(Buenos Aires, 22 de septiembre de 1868 – 12 de noviembre de 1954),
Médico e investigador argentino.
Según antiguas referencias, quien primero logró transfundir sangre con buen éxito de un ser vivo a otro, fue el cirujano inglés Lower, que cumplió la experiencia en 1665 utilizando perros.
Fue ése el punto de partida de una serie de intentos similares que depararon no pocos desenlaces mortales, por lo que la transfusión sanguínea entre seres humanos permaneció largo tiempo en el umbral de lo inalcanzable.
Tal situación comenzó a cambiar hacia 1900, cuando el norteamericano Landsteiner descubrió los grupos sanguíneos y el francés Alexis Carrel preconizó la transfusión directa.
De todos modos subsistían diversos problemas derivados de una dificultad aparentemente insuperable: la coagulación. La única forma de transfusión era la directa, que se practicaba conectando el torrente circulatorio del dador al del receptor mediante conductos de goma y otros implementos; ello imponía efectuar una serie de malabarismos quirúrgicos y salvar un sinnúmero de inconvenientes, entre ellos el de no poder controlar con exactitud la cantidad de sangre transfundida.
Por lo demás, el método suponía en aquel entonces algunos riesgos bastante serios para el dador, que corría el peligro de sufrir embolias, contraer enfermedades infecciosas o debilitarse demasiado.
La solución, buscada por los médicos de todo el mundo, consistía en impedir la coagulación.
En procura de esa solución investigó el doctor Luis Agote, médico argentino, nacido en 1869 y diplomado en 1893, al egresar de la Universidad de Buenos Aires.
El inquieto espíritu que lo animaba lo llevó a ejercer la docencia y a militar políticamente, pero su nombre pasó a la historia asociado al notable resultado de su labor investigadora.
Comenzó a estudiar el modo de mantener la sangre licuada, secundado por el laboratorista Lucio Imaz; entre los caminos que se abrían a la investigación estaba la posibilidad de añadir a la sangre algún elemento que impidiera su coagulación sin alterar sus componentes ni acarrear consecuencias nocivas para quien la recibiera.
Al cabo de una paciente pesquisa, Agote y su ayudante descubrieron que el citrato de sodio cumplía las condiciones requeridas y resultaba totalmente inocuo para el organismo, aun administrado en dosis elevadas.
La demostración definitiva de su efectividad se llevó a cabo el 14 de noviembre de 1914, cuando hubo que salvar la vida de una parturienta que se hallaba en difícil trance a causa de una intensa hemorragia.
El dador fue José Machia, portero del hospital Rawson, quien donó 300 centímetros cúbicos de su sangre que fueron transfundidos a la paciente ante la expectación de varios médicos que asistían a la experiencia.
El concienzudo accionar de Ernesto Merlo, encargado de efectuar la transfusión, fue seguido atentamente por el doctor Agote, así como por el decano de la Facultad de Medicina, el rector de la Universidad, el director de la Asistencia Pública, el intendente municipal y otros académicos, profesores y médicos.
Tres días más tarde la enferma, totalmente restablecida, abandonaba el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde se realizó la operación, y la novedad era telegrafiada a todos los rincones del mundo y a las naciones beligerantes de la primera guerra mundial.
De "Hombres y Hechos en la Historia Argentina"
LUIS AGOTE
Primera transfusión de sangre citratada: Hospital Rawson, 9/11/1914.
Luis Agote
(Buenos Aires, 22 de septiembre de 1868 – 12 de noviembre de 1954)
Médico e investigador argentino.
Biografía
Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Central (actual ColegioNacional) de su ciudad natal. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1887, donde se graduó de médico en 1893 con una tesis sobre hepatitis supurada. En 1894 asumió como Secretario del Departamento Nacional de Higiene y en 1895 se hizo cargo de la dirección del lazareto de la isla Martín García.
En 1899 fue designado Médico de Sala del Hospital Rawson (ciudad de Buenos Aires), donde más tarde fue Jefe de Sala. En 1905 fue nombrado Profesor Suplente de la Facultad de Medicina y en 1915 Profesor Titular de Clínica Médica de la Universidad de Buenos Aires, cátedra esta última que tuvo a su cargo hasta su renuncia en 1929. En 1914 fundó el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde llevó a cabo un vasto programa de investigación, enseñanza
profesional y asistencia a enfermos. Allí fue donde desarrolló y puso en práctica el método de conservación de sangre para transfusiones por adición de citrato de sodio.
La vocación de servicio de Agote no se agotó en la medicina. Actuó desde joven en la vida política argentina. Fue electo Diputado y Senador en la provincia de Buenos Aires y dos veces Diputado Nacional (1910 y 1916).
Desde esta última banca fue autor de leyes como la creación de la Universidad Nacional del Litoral, la anexión del Colegio Nacional de Buenos Aires a la Universidad de Buenos Aires y la creación del Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes.
Escribió sobre temas médicos y sanitarios, literarios e históricos, siendo algunas de sus obras Nuevo método sencillo para realizar transfusiones de sangre (1914);
Estudio de la higiene pública en la República Argentina, memoria del Departamento Nacional de Higiene; La úlcera gástrica y duodenal en la República Argentina (1916); La litiasis biliar (1916); Ilusión y realidad (poema); Augusto y Cleopatra; Nerón, los suyos y su época. Una psicopatología del emperador romano (1912); Mis recuerdos.
Gran parte de su obra médica fue publicada en los Anales del Instituto Modelo de Clínica Médica.
A lo largo de su vida recibió múltiples distinciones, entre otras:
Profesor Honorario del Colegio Nacional y de la Universidad de Buenos Aires;
Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina;
Presidente Honorario de la Academia Nacional de Bellas Artes, de la Asociación Tutelar de Menores y del 8º Congreso Nacional de Medicina.
La República de Chile lo distinguió, en 1916, con la Orden al Mérito.
Agote falleció en la ciudad de Turdera (calle Pieri 311) el 12 de noviembre de 1954.
Para honrar su contribución a la Medicina se bautizó con su nombre a una calle, una Escuela Nacional de Comercio, el Instituto Modelo de Clínica Médica, el Instituto Nacional de Protección de Menores, el Centro de Hemoterapia del Hospital de Clínicas —todos de la ciudad de Buenos Aires— así como a escuelas primarias, centros de hemoterapia y bancos de sangre de todo el país. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta.
La transfusión de la sangre
Desde tiempos remotos se creyó que la sangre era factor de salud y fuerza, y en algunas culturas se daba a beber sangre humana para vigorizar o reanimar enfermos.
Hay evidencias de que en la Roma Imperial se usaba la sangre de los gladiadores heridos en la arena para la curación de la epilepsia. La idea de la transfusión de sangre ya existía en 1056, cuando Jerónimo Cardano de Basilea, en su obra De Rerum Varietate, sugirió reemplazar la de los delincuentes.
Primeras transfusiones registradas
La primera transfusión de sangre registrada fue la hecha entre perros por el médico inglés Lower alrededor de 1666.
En 1667 el científico francés Juan Bautista Denys hizo una transfusión a un ser humano usando sangre de carnero.
En el siglo XIX se hicieron experiencias de transfusión directa de sangre entre personas, a veces con consecuencias fatales por la ignorancia de las incompatibilidades sanguíneas. La delicada tarea se llevaba a cabo conectando la arteria del dador con la vena del receptor a través de una complicada intervención quirúrgica.
Se necesitaba un lugar con asepsia extrema, no se podía medir con precisión la cantidad de sangre transferida, el dador necesitaba mucho tiempo para recuperarse y se exponía a riesgos
como infecciones, embolias y trombosis.
En el año 1900 el investigador austríaco Karl Landsteiner identificó algunas de las sustancias sanguíneas responsables de la aglutinación de los glóbulos rojos, logrando por primera vez identificar grupos sanguíneos y algunas de sus incompatibilidades.
Las transfusiones directas todavía se practicaban a comienzos del siglo XX porque era imposible conservar la sangre extraída inalterada para su posterior uso. Al cabo de pocos minutos (de seis a doce) comenzaba su coagulación, manifestada inicialmente en un aumento gradual de viscosidad que terminaba con su casi completa solidificación.
La coagulación es una defensa del organismo para taponar las heridas y minimizar las hemorragias. Hoy se sabe que un coágulo está casi totalmente formado por eritrocitos sujetos por una red de filamentos de fibrina. La fibrina no existe normalmente en la sangre, se crea a partir de la proteína plasmática fibrinógeno por la acción de la enzima trombina. La trombina, a su vez, no está naturalmente presente en la sangre, se genera a partir de una sustancia precursora, la protrombina, en un proceso en que intervienen las plaquetas, algunas sales de calcio y sustancias producidas por los tejidos lesionados. Como los coágulos no se generan si falta cualquiera de estos elementos, la adición de citrato de sodio (que elimina de la sangre los iones de calcio) evita su formación.
La investigación de Agote
Luis Agote, preocupado por el problema de las hemorragias en pacientes hemofílicos, encaró el problema de la conservación prolongada de la sangre con la colaboración del laboratorista Lucio Imaz.
Sus primeros intentos, como el uso de recipientes especiales y el mantenimiento de la sangre a temperatura constante, no dieron resultado. Buscó entonces alguna sustancia que, agregada a la sangre, evitara la coagulación. Luego de muchas pruebas de laboratorio in vitro y con animales, Agote, aunque sin conocer el origen bioquímico del comportamiento, encontró que el citrato de sodio (sal derivada del ácido cítrico) evitaba la formación de coágulos. Esta sustancia, además, era tolerada y eliminada por el organismo sin causar problemas ulteriores.
La primera prueba con personas se hizo el 9 de noviembre de 1914, en un aula del Instituto Modelo de Clínica Médica, teniendo como testigos al Rector de la Universidad de Buenos Aires, Epifanio Uballes, el decano de la Facultad de Medicina, Luis Güemes, el Director General de la Asistencia Pública, Baldomero Somer, y el intendente municipal, Enrique Palacio, además de numerosos académicos, profesores y médicos.
Durante la misma un paciente que había sufrido grandes pérdidas de sangre recibió la transfusión de 300 cm3 de sangre previamente donados por un empleado de la institución y conservados por la adición de citrato de sodio. Tres días después el enfermo, totalmente restablecido, fue dado de alta.
Luis Agote, lejos de los centros científicos más importantes y avanzados, logró resolver el problema de las transfusiones que angustiaba a los miles de médicos reclutados por los ejércitos europeos durante la Primera Guerra Mundial. Fue un gran aporte a la medicina mundial, que contaría desde entonces con un método de transfusión de sangre simple, inocuo y fácil de ejecutar por un profesional idóneo.
El periódico estadounidense New York Herald publicó una síntesis del método de Agote y percibió sus proyecciones futuras, afirmando que tendría muchas otras aplicaciones además del tratamiento de hemorragias agudas.
Otros investigadores
Ya finalizada la Primera Guerra Mundial, el belga Albert Hustin (Academia de Ciencias Biológicas y Naturales de Bruselas, Bélgica, el 27/3/1914) y el norteamericano Richard Lewisohn (Mount Sinai Hospital, Nueva York, EEUU, en 1915) se atribuyeron la prioridad del descubrimiento.
Se inició entonces un largo intercambio epistolar entre Agote y los científicos mencionados, y se acumularon entrevistas, artículos, comunicaciones y citas en distintas revistas médicas sobre la
discutida prioridad.
En todo este despliegue, sin acaloramientos, el tecnólogo argentino se limitó a señalar objetivamente fechas y procedimientos.
Probablemente se trató de investigaciones independientes que dieron su fruto en forma más o menos simultánea.
Lo que importa resaltar es la actitud solidaria de Agote, quien no trató de patentar su resultado, lo comunicó de inmediato a medios de prensa, representaciones diplomáticas de todos los países entonces en guerra y revistas médicas internacionales, haciendo posible salvar a incontables personas en grave riesgo de muerte.
http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Agote
Imágenes y datos tomados de Internet
5 comentarios:
Safiro:
No hay mucho en el presente, pero que hombres tuvo nuestro país.
Quizá mi mirada está colmada de política, saturada, desbordada, manoseada y por eso sólo veo el pasado con la gente gloriosa que honró al país.
Besos, SUsana
Hola!!!!!!
Me siento una persona importante leyendo tus post, dejo de ser esa persona común que viaja por Argentina sacando solamente fotos, jijijiji
Es un placer pasar por aquí, SIEMPRE……
Que materia gris tenenos en nuestro país, espero que las generaciones que vienen, sigan en ese camino, tengo mucha esperanza en nuestros jóvenes.
Tengo otro viaje a un pueblito de 2000 habitantes y otra persona común que se crió en el.
Que pases un buen fin de semana y si no vengo con la frecuencia que quisiera, es que la cosecha me ha tenido ocupada.
Un besote y abrazo de oso.
Has sido enlazada al blog de apoyo al "Premio Maria Amelia López Soliño" a la mejor bitácora escrita por una persona mayor.
Un saludo afectuoso.
Cuantísimo tenemos que agradecer a tantas y tantas personas entregadas en manos de la ciencia. Dedicando sus vidas a estudiar e investigar para que los demás podamos despu´´es disfrutar de sus logros.
Este en concreto me ha traido a la mente más de una importante transfusión en mi entorno.
La falta de sangre, entre otras causas, se llevó a mi padre antes de los 40 y más de una transfusión le ha devuelto la vida a mi hija, por lo tanto no me queda sino admirar a este hombre que puso su grano de arena para que así fuera.
Un abrazo Irma
A estos Hombres, a sus esfuerzos y dedicación les debemos mucho de lo que hoy tenemos.
Me gusta leer sobre ellos y comprobar sus logros, imaginar su entorno tan "precario" en comparación con lo que conocemos en la actualidad; hay tremendos laboratorios, todo computarizado, ahora, y a mis ojos se ven más grandes esas obras y se hacen más grandes estos hombres.
Cuentan los colaboradores del Dr. Federico Leloir, cómo las investigaciones en el Instituto avanzaron superando los inconvenientes que provocaba el muy modesto presupuesto disponible.
Esta circunstancia le exigía a usar toda su creatividad para concebir, en forma artesanal, parte del complejo instrumental necesario.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azúcar-nucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo (transformación por el cuerpo de los hidratos de carbono). Pocos descubrimientos han tenido tanta influencia en la investigación bioquímica como este.
Recuerdo fotografías de su silla, de madera rota y atada con alambres, y los frascos de mayonesa(por falta de otros más adecuados) que utilizaba para sus experimentos.
El 27 de octubre de 1970 llego a la casa del Doctor L. F. Leloir la noticia de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Quimica, pero el doctor Leloir no cambio la rutina: se vistió con calma, desayuno con los suyos y condujo el automovil hasta el laboratorio¡Tenía que trabajar!...
Maravillosos Hombres!!
A los que les debemos tanto, por sus obrs y sus ejemplos.
Besos
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