jueves, 17 de junio de 2010

Las Madrecitas Argentinas (Maestras-1916)

Copiado textualmente.
Publicado en la revista "LA ESFERA"
Año III,-Número 127

3 de junio 1916


POLÍTICA EDUCATIVA

LAS MADRECITAS ARGENTINAS


Nota de la foto:"Nuevas profesoras normales y de francés, pertenecientes á la Escuela Normal del profesorado en lenguas vivas de Buenos Aires

de izquierda a derecha, sentadas: María Estela Somoza, Luisa E. Scala, Rufina Bolino, Alicia Feijó Aguiar, María Isabel Escudé, Sara A. Arrieta, Anita Enriquez;
de pie: María Luisa del Pino, Josefina Alfano, Matilde Roland, Adelina Bassi, María Blanca Ruiz y Elena Brenner


Cada año las escuelas normales dan a la Argentina numerosas maestras. Esto no tendría una gran importancia ó al menos sería un suceso igual al que acontece en todas las naciones, si la maestra en aquel crisol del sur extremo de América, donde se funde y se forja la grande, la espléndida nación del siglo XXI, no fuese un actor singular, especial, de esta gestación de un pueblo neolatino.

Porque imaginad con que extrañas yuxtposiciones de raza se está formando esa nacionalidad. Dijérase que el espíritu de patria surge de la tierra misma para inculcarse en los espíritus, borrando los distintos atavismos de orígen y teniendo que luchar con la avalancha de una inmigración incesante: 122.000 españoles, 114.000 italianos, 20.000 otomanos, 19.000 rusos, 5.000 alemanes, 4.500 austro-húngaros, 4.500 franceses, 3.500 portugueses, 2.000 ingleses y otros tantos belgas, daneses, búlgaros, servios, griegos, rumanos, suizos, etc., etc., cada año. Y esta perdurabilidad del hogar extranjero, constantemente renovado, es una fortaleza que hay que conquistar para que el espíritu de patria no se debilite. Así, cuando Richiotti Garibaldi quiere fundar la nueva Italia en la desierta Patagonia, las Cámaras argentinas rechazan la tentadora oferta de ver entrar de un golpe dos millones de italianos á fecundar la tierra hoy improductiva, porque la nueva nacionalidad necesita ir absorbiendo, modificando, argentinizando la avalancha extranjera, adaptándosela y apropiándosela, porque sus hijos y sus nietos serán los ciudadanos argentinos de mañana. Así, en cincuenta años, la nación que hoy no cuenta más que con ocho millones de habitantes, ha recibido cinco millones de inmigrantes y los ha fundido en su propio pensamiento y en su propia obra.

¡Y qué labor de titanes! Para reunir una extensión de terreno productivo igual al que espera en la Argentina la labor de los hombres, sería preciso sumar los que poseen España, Francia, Canadá, Austria-Hungría, Rumania é Italia; cerca de doscientos diez y siete millones de hectáreas, y para tener la misma intensidad de población que estas naciones, la Argentina necesita atraer, crear y educar ciento cincuenta millones de ciudadanos. E imaginad entonces todo ese inmenso territorio, virgen y fecundo, puesto en explotación, y esa inmensa colmena humana laborando y produciendo, y comprenderéis que hay un ensueño, un ideal, iluminando ese patriotismo que emerge de la tierra fecunda y prometedora y conquista la voluntad y el corazón de los extranjeros que desembarcan en las orillas del Plata.

¡Ah!, y la conquista se consuma en la escuela educacionista; en la escuela donde se capta -no hay otro verbo en castellano- á los hijos de los españoles y de los italianos y de los rusos y los otomanos y se les hace un espíritu igual que á los chiquillos argentinos, que hay allá, en la gran nación de mañana patria sobrada para todos. ¿Cómo pudiera hacer la Pedagogía este milagro de adaptación y asimilación, si las escuelas no fuesen de educación común, si en ellas estos niños que tienen en sus ojos y en sus oídos la visión y la leyenda de una patria agria, inclemente, de la que hubo que huir por hambre de pan o sed de justicia, no encontraran un verdadero hogar donde hay una mujer que sonríe y acaricia, como la madre o la hermana?.

Son éstas las madrecitas-madres de ciudadanos, madres espirituales- que preparan las Escuelas Normales argentinas. Es esta la importancia que allí tiene la maestra. En la escuela de educación común conviven los niños y las niñas; conviven en la tarea intelectual, en los trabajos manuales, en los juegos. Así, las maestras también tienen que ir forjando el corazón de los varones, como hacen las madres en el hogar, cuando por instinto ó por educación saben ser madres, sin más diferencia que la madre, inconscientemente, guiada por su amor, quiere hacer de sus hijos, buenos hijos, mientras que la maestra, por vocación, por sentimiento del deber, quiere hacer de los hijos de las demás, buenos ciudadanos.

Yo no sé si la escuela de educación común daría buen resultado en nuestros viejos países de Europa, sin un ideal, sin un anhelo, sin tener, en realidad, un hogar que sustituir, una vida infantil de alegría y despreocupación que dar al niño. Porque imaginad lo que es el hogar del inmigrante; recién llegado, el temor de lo desconocido, la inquietud de las horas que corren sin que la Fortuna llame á la puerta y aparezca, como un hada, derramando puñados de monedas de oro y luego, en la tremenda y penosa lucha, con la inclemencia de la soledad de la Pampa y la dureza del corazón de los demás hombres. Y menos mal, cuando el hogar no se ha formado allí mismo, precipitadamente, bestialmente, á espaldas de la Ley...

En estos hogares, aislados de un ambiente hostil, el niño suele ser un estorbo y una carga. No se ha ido allá, tan lejos, tan á la ventura, para amar, para hacer la vida apacible, serena, que se hubiese hecho en la aldea natal, al cobijo de los parientes, bajo la vigilancia comentarista de los demás vecinos. Se ha ido allá para luchar, para conquistar dinero, para asegurar la vejez, para hacer el indiano, y en esa inquietud y en esa preocupación no hay cariños en el hogar para la pobre chiquillería. Es en la escuela donde los encuentra; es en la escuela donde otros niños y otras niñas hermanan con su dolor y hacen revivir su alegría.

La escuela argentina no es un triste local cerrado, donde hay que estar con los brazos cruzados mascullando lecturas ó recordando definiciones extrañas apenas entendidas. La escuela argentina tiene un jardín, tiene un huerto, tiene un patio de deportes, tiene un gimnasio. Hay allí niños y niñas que estudian juntos y trabajan juntos y juegan juntos. Con estos niños y estas niñas, el hijo del inmigrante, el niño sin patria, vivirá toda su vida; serán los amigos y los compañeros de mañana; podrán realizar planes que ya se van concibiendo al escuchar al profesor cómo les habla de aquellos territorios vírgenes donde está dormida la riqueza; territorios que avanzan hacia las fronteras todavía misteriosas de Bolivia y Brasil, que escalan los Andes ó llegan á deshacerse en el mar del Sur, en la osada ruta de Magallanes...Allí también, como un verdadero hogar, hay una madrecita; hay una maestra que aprendió en la Escuela Normal, cómo ha de servir á su patria, encendiendo la fe argentina y el ideal argentino sobre todos los atavismos de raza que pueda haber en estos niños que llevan en sus venas sangre de españoles, de italianos, de rusos, de otomanos, de húngaros, de franceses, de alemanes...

Así, hay que contrarrestar al hogar, hay que sustituirlo, hay que suplantar á la familia. Ved si la educacionista argentina no es en aquel crisol donde se funda y se forja la grande, la espléndida nación del siglo XXI, un actor singular, especial de esta admirable gestación de un pueblo neolatino.

Dionisio PÉREZ


Copiado textualmente.
Publicado en la revista "LA ESFERA"
Año III,-Número 127

3 de junio 1916